3.13.2016

LO NATURAL PUEDE MATARTE...



Lo natural puede matarte y lo artificial te ayuda a sobrevivir. Porque un adulto nacido en un país rico evita a menudo la muerte gracias a los avances médicos, químicos o alimentarios que ciertas corrientes –antivacunas, defensores de las terapias alternativas...– ponen hoy en entredicho.

Es de sentido común: lo natural es bueno. De lo contrario sería impensable que las marcas hicieran semejantes esfuerzos por insertar la palabra en sus etiquetas, ya sea la de un pan de molde, una crema o una prenda de vestir. Ocurre que el sentido común no siempre es lo que mejor explica la realidad. La ciencia no es democrática: que muchas personas crean algo no lo hace verdadero. Si no fuera por invenciones absolutamente artificiales del ser humano, tú no estarías leyendo estas líneas. Más allá de que no existirían ordenadores ni internet, lo que sucede es que quizá estarías muerto o acaso no hubieras venido al mundo. La mayoría de los adultos de un país desarrollado han burlado a lo largo de su vida varias muertes completamente naturales gracias a avances del todo artificiales.

El nacimiento es la primera oportunidad que alguien tiene de morirse. Hoy, en España, tres de cada mil niños pierden la vida en sus primeros veintiocho días. Durante el año que sigue fallece uno más por cada millar, lo que es algo muy parecido a lo que sucede en cualquier país rico. Hace medio siglo, la tasa de mortalidad era quince veces superior, y antes de la Revolución Industrial se calcula que alrededor del 30% de los nacidos vivos no era capaz de superar el primer año.

Piensa en un grupo de diez individuos, tú y tus nueve personas más cercanas: amigos, familiares, compañeros de trabajo. Ahora tacha a tres de esa lista: habrían perecido durante el parto o en meses posteriores por causas tan naturales como una infección, una asfixia o una neumonía. Si siguen vivos es, entre otras cosas, gracias a industriales jabones antisépticos, artificiales cesáreas, sintéticos guantes o esterilizadas tijeras y gasas, quizá tejidas con algodón transgénico.

Tú y tus seis allegados estáis de enhorabuena: habéis superado el primer año de vida, el más complicado. Pero en los siguientes cuatro moriréis uno o dos más por distintos motivos, como los virus, evitables gracias a uno de los artificios más revolucionarios en la historia de la medicina: las vacunas. La OMS calcula que las inmunizaciones salvan al año a tres millones de personas, y que dos más siguen muriendo por no estar cubiertas. A pesar de estos hechos, existen personas que abominan de las artificiales vacunas. Son grupos en expansión en algunos países ricos que han olvidado las terribles secuelas de estas enfermedades y están consiguiendo que rebroten males que estaban completamente arrinconados.

Con este panorama tan natural, tú ya habrías tachado a cuatro o cinco personas de la lista en los primeros cinco años de vida. Luego, el camino hacia la adolescencia y la juventud tendrá menos sobresaltos. Una vez superado el primer lustro, los más débiles o con peor suerte ya han caído, y solo uno más se quedará en el camino hasta los veinte años. Esta última muerte puede deberse al mordisco de un perro portador del virus de la rabia o a un pinchazo con un objeto punzante contaminado con la bacteria del tétanos, enfermedades mortales que hoy se previenen y controlan (también) con vacunas.

A las infecciones, que te acecharán durante toda tu vida, se suman otras amenazas como el parto, que no solo es peligroso para el niño, sino también para la madre. En el caso de que en tu lista haya mujeres, es presumible que sea alguna de ellas quien haya sucumbido; ten en cuenta que en esta distopía no existen los anticonceptivos más allá del método del calenda rio. El alumbramiento natural, es decir, el único que existía hasta hace no muchas décadas, se cobraba aproximadamente una vida materna de cada cien partos.

Hoy en día hay quien sigue prefirien do afrontar ese trance sin hospitales de por medio, y existe toda una corriente que aboga por ello. Caroline Lovell, una de sus principales impulsoras, falleció a los 36 años a causa de un paro cardiaco mientras paría en su residencia de Melbourne, en enero de 2012.

Quedáis tú y otras tres personas de tu lista; quizá cuatro, en un escenario afortunado. La buena noticia es que la mitad celebrará su sesenta cumpleaños. Solo dos fallecerán en esos siguientes cuarenta años, todo un logro si se tiene en cuenta lo que sucedió en las dos décadas anteriores.

¿Y sabías que Gobiernos de todo el mundo están echando productos químicos a escala masiva en el agua que consumes? Tranquilo, es otro motivo de celebración. La cloración es el método más sencillo y extendido de potabilización. Sin ella, es posible que alguno de estos dos compañeros de vida que todavía te acompañan hacia la vejez se quede por el camino. También puede que los pierdas por una apendicitis aguda, que aparece con frecuencia entre la veintena y la treintena, y afecta a un 7% de la población. Sin métodos artificiales, como los antibióticos, la infección viral por esta causa, la extracción de una muela o cualquier herida es muy posible.

También podría ser que estén desnutridos y hayan fallecido por cualquier causa relacionada con la escasez alimentaria. Cabría preguntarse si este mundo que describimos es tan natural que sus habitantes son cazadores recolectores o si han incorporado la agricultura, que es completamente artificial. Claro que puede ser ecológica, pero el problema radica en que para cultivar la cantidad de alimentos que necesita la población actual harían falta 14.000 millones de vacas que fertilizaran esa tierra; así que los sustitutos —mal llamados— químicos son imprescindibles si no queremos morir de hambre. Aunque esto no sería un problema en el escenario que estamos dibujando, ya que la evolución demográfica estaría en niveles preindustriales y en el mundo habría menos de mil millones de personas (hoy son alrededor de 7.200).

Quizá pienses que un planeta menos poblado es buena idea, pero recuerda que varios de esos más de 6.000 millones que no están son tus amigos y familiares (a ti todavía no te hacemos morir para que puedas seguir leyendo). Las sequías, las inundaciones, las plagas y las contaminaciones habrían eliminado a algún ser querido por problemas como la falta de alimento, la variedad insuficiente de estos o una eventual intoxicación alimentaria.

Has llegado a los sesenta años y tienes junto a ti a otro de tus seres queridos; dos con mucha suerte. Aquí aparece otro proceso natural del que es estadísticamente probable que te hubieses librado hasta ahora: la división descontrolada de algunas de tus células, más conocida como cáncer. La incidencia de esta enfermedad que en realidad son muchas bajo un mismo nombre va aumentando a medida que el cuerpo envejece. La supervivencia en los países desarrollados a este mal ronda el 50% aunque varía tremendamente en función del tipo y de su fase de desarrollo , en buena medida por la detección temprana y por técnicas oncológicas como la radioterapia y la quimioterapia. Eso sí, tanto una como las otras son lo opuesto a algo natural. Hay quien se resiste a tratarse con ellas. Muchas de estas personas podrían haberse salvado y mueren, como fue posiblemente el caso de Steve Jobs, el fundador de Apple, que apostó por terapias naturales en las primeras fases de su cáncer de páncreas y cuando recurrió a métodos efectivos era demasiado tarde. La persona (o personas) que sigue a tu lado morirá en cualquier momento por un proceso canceroso o por las muchas causas enumeradas hasta ahora. Estás solo, y cada año que pasa mantenerse vivo es una rareza estadística que muestra que sigues librándote de una gran variedad de amenazas naturales.

No haber muerto con unos 65 años es una buena noticia, dadas las circunstancias. Llega la jubilación. Lo que no está tan claro es que vayas a disfrutar de una gran salud en este merecido retiro tras una vida tan complicada como la que has llevado hasta aquí. Cualquier enfermedad grave que hayas superado te puede haber dejado secuelas. Si te has roto algún hueso a lo largo de tu vida, es casi seguro que no se haya soldado correctamente y los dolores te hayan acompañado hasta ahora. Tendrás pocos dientes, seguramente verás mal y no tendrás artilugios artificiales como gafas o prótesis para solucionarlo.

La historia de la humanidad es, entre otras cosas, la historia de cómo el ser humano ha luchado contra la naturaleza para domesticarla, para hacerla un poco menos natural. Durante mucho tiempo hemos perdido claramente la batalla. Desde 10.000 años antes de Cristo hasta el siglo XIX, los avances fueron escasos y la edad media de mortalidad no varió significativamente. A partir de la Revolución Industrial, poco a poco, algunas mejoras artificiales, por supuesto , como las primeras vacunas o los alcantarillados, la empujaron hacia arriba.

Sin embargo, con todo esto, a principios de siglo la esperanza de vida en la gran mayoría de los países desarrollados seguía sin llegar a los cincuenta años, lo que no significa que en la cuarentena muriera la mayoría de la gente ni que se llegase a ella como un viejo decrépito; es una media muy mermada por la alta mortalidad durante la infancia. Como hemos visto, si se consiguen burlar ciertos obstáculos naturales sobre todo en las primeras etapas de la vida, se puede llegar a adulto, incluso a viejo, aunque la probabilidad va decreciendo a medida que pasan los años.

Muchas de las tendencias que abogan por volver a lo natural o recuperar técnicas terapéuticas milenarias nos retrotraen a una existencia poco agradable. La medicina científica ha depurado todos los hallazgos que se han hecho a lo largo de la historia (bien pocos hasta hace unos siglos) y no descarta nada que funcione y mejore la vida; que sea natural o artificial carece por completo de importancia.

Un ejemplo de esto es la insulina que se inyectan los diabéticos para regular la cantidad de azúcar en sangre: en un principio se obtenía del cerdo, pero a la larga se detectaron algunas intolerancias. Hoy se sintetiza, es más barata y fácil de conseguir y no difiere en nada de la humana. Es uno de los muchos avances que han posibilitado que la esperanza de vida en España sea actualmente de 82,5 años.

Antes de todos estos progresos artificiales, sintéticos e industriales, solo uno de cada mil nacidos llegaba a esa edad. Si tú fueras uno de ellos, ni siquiera podrías haber leído este texto, obviando, por supuesto, las inevitables incoherencias narrativas que siempre tiene una realidad paralela como la que se ha descrito una vez más: la tecnología através de la que lees tampoco existiría. La madre del autor habría muerto cuatro años antes de alumbrarlo en un parto que se solventó con una cesárea.

Texto de Pablo Linde publicado en "Muy Interesante", España, n. 417, Febrero 2016 pp. 49-51. Adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.

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