1.06.2019
MEXICO - COMER CON LAS MANOS.
Noche de muertos en Michoacán. Dar hasta en el más allá.
Hay tanta nobleza en la tradición de Noche de Muertos de los pueblos purépechas, que hasta después de la muerte existe la reciprocidad. Los muertos niños, adultos y ancianos, con familia o sin ella, vuelven al mundo de los vivos. Ellos son los invitados principales. Son recibidos con altares y ofrendas en las que la comida, las velas, las flores y las fotos no pueden faltar. Se trabaja más de una semana para tener todo listo: ellos lo merecen, el amor trasciende. Nostalgia, agradecimiento y trabajo arduo son necesarios para que la memoria pueda conservarse. Ésa es la mejor herencia.
En algunos hogares, los preparativos comienzan desde el 30 y el 31 de octubre. Aunque no hay mucha distancia entre los poblados en la región de la cuenca del Lago de Pátzcuaro, cada uno celebra de diferente manera la llegada de los fallecidos. En las noches, las personas se la pasan en vela cocinando en los panteones para los del más allá “que absorben la esencia de los sabores y los aromas” y también para los convidados terrenales.
Enormes cazuelas alojan al pozole de maíz rojo o blanco con cerdo, a los nacatamales (tamales de carne de cerdo con chiles guajillo y manzano en hoja de totomoxtle), al chocolate y al atole de pinole para calentar el cuerpo. Las mujeres en grupos participan en su elaboración.
Los hombres también cooperan para que nadie se quede con hambre (y hasta se lleve itacate de sobra). Los altares caseros y los arcos exteriores en las calles y los panteones se ven repletos de frutas, flores y panes antropo y zoomorfos. En esas mesas especiales y por niveles se coloca lo que los homenajeados disfrutaban en vida, ya fuera un mole, una calabaza en tacha, un cigarro, una cerveza o un mezcal.
En Cuanajo, los altares tienen forma de caballo, similares a los de la historia de Troya. Se cuenta que la muerte venía en este animal y por eso la costumbre de elaborar estructuras de madera emulando al equino decoradas con cempoalxóchitl, chayotes, naranjas, nanches, mazorcas, calabazas, cañas, plátanos, pan de mujer (porque no tiene huevo) y más. En fechas recientes han decidido que uno de gran tamaño adorne la plaza del pueblo. Los más habituales son los pequeños y se hacen en familia el primero de noviembre por la mañana. Ese mismo día también se entrega una ofrenda. Dicho regalo es una canasta con velas y frutas. Se intercambia por tamales y atole, como en un trueque.
Los altares caseros de Santa Fe de la Laguna son los más hermosos de la región. Se visitan el primero de noviembre por la noche y en la madrugada, mientras afuera varios hombres juegan pelota purépecha con una bola cubierta de fuego. En el altar de María Luisa Carlos Garay, en 2015, había cerros de frutas, panes y dádivas que eran recibidos con júbilo y se agradecieron con platillos de maíz. Ella vivió 99 años y era la madre de Inés Dimas, una reconocida y respetada cocinera michoacana célebre por sus churipos y otros manjares. La emoción de sentir a la gente reunida para un mismo fin es tan especial que se te pone la piel chinita. Es entonces cuando, incluso sin ser religioso, se tiene fe en el poder de la comunión.
El arco más grande y vistoso de esta fiesta se erige en San Francisco Uricho. Ellos tienen la creencia de que sólo así los espíritus podrán encontrar el camino a casa. Otro sitio sin igual es Arocutín. Hay que cruzar su atrio lleno de tumbas decoradas e iluminadas por la Luna y las veladoras para llegar al Templo de Nuestra Señora de la Natividad, en lo alto del cerro. Las campanas, los rezos y los grillos son la música nocturna.
La Isla de la Pacanda, en la que no se duerme durante ese día, es otro lugar especial para recordar. Para llegar debes ir al Muelle de Ucazanaztacua y cruzar el Lago de Pátzcuaro. Hay que dejar de lado la mercantilización de la fiesta que buscan las dependencias de turismo estatal y los tours operadores, pues se debe entender que para asistir a estos festejos requieres ser respetuoso y sensible con los pobladores. Hay que observar y ser empático. La magia está ahí, es avasalladora y generosa, requiere silencio y humildad. El cariño se manifiesta de muchas maneras para nuestros “muertitos” y en Michoacán eso es parte del rito anual de la Noche de Muertos.
Texto de Mariana Castillo Hernández en "El Gourmet Revista México",México, noviembre, 2016 pp.88-93. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.
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