4.20.2016

SAN PABLO - EL PUNTO DE PARTIDA CRISTIANO Y LAS MUJERES


Estiércol y buen olor

San Pablo, que considera que, fuera de Cristo y su doctrina, todo es «perjuicio» y «todo es estiércol» mientras él y sus semejantes son «el buen olor de Cristo» además de promover una serie de dogmas tajantemente antijesuánicos que han servido de auténtico fundamento al cristianismo, ya estableció la difamación de la sexualidad, la postergación de la mujer, el menosprecio del matrimonio y el ascetismo. (Baste decir que un libro plagado de citas de cierto autor católico no se apoya en ningún pasaje del Evangelio a la hora de afirmar, aventuradamente, que no fue San Pablo el primero en introducir la ascesis en el cristianismo, que la ascesis «en modo alguno es extraña» al «cristianismo de Cristo» y que el Ideal Pauli fue «el mismo Ideal Christi»)

El nacimiento de la moral cristiana

Encontramos la raíz «askein» (infra) una sola vez en todo el Nuevo Testamento, y puesta en boca de Pablo, ese hombre supuestamente calvo y patizambo, que además sufría crisis alucinatorias, tal vez de origen epiléptico. Pese a todo, y en total contradicción con el Evangelio, sus cartas nos atruenan con la mortificación, el aniquilamiento de los afectos, el odio al cuerpo. La sare, la carne, aparece como el auténtico asiento del pecado. En el cuerpo no hay «nada bueno»; es un «cuerpo para la muerte» todo lo que quiere «significa muerte» y «enemistad contra Dios». El cristiano tiene que «atormentar y someter» «crucificar» y «matar» al cuerpo, y así sucesivamente.

Repetidamente, Pablo — quizás un impotente desde su infancia, o al menos un hombre repleto de complejos sexuales —  combate la «lujuria» (porneia), el «vicio» las «obras de la oscuridad» las «orgías y bacanales» la «lujuria y los libertinajes» el «trato con gentes lujuriosas» a los «lujuriosos» a los «adúlteros» a los «libertinos y pederastas» — el Nuevo Testamento llama a los homosexuales «perros» —, «los actos de impureza, fornicación y libertinaje». Estos pecados están por encima de todos los demás. Luego ya vienen la idolatría, la hostilidad, la violencia, la desave- nencia y lo demás. Repetidamente se lee: «mortificad vuestros miembros apegados a lo terrenal, en los que habitan la lujuria, la inmoralidad, las pasiones, los malos deseos (...)». «¡Huid de la fornicación! Cualquier otro pecado que el hombre comete queda fuera de su cuerpo, mas quien fornica peca contra su propio cuerpo».

Con tales ataques contra el placer — es la hora del nacimiento de la moral cristiana —, Pablo se hunde por debajo incluso del judaismo de su tiempo. Los maestros de la Torah al menos fueron capaces de unir el menosprecio de la mujer con una valoración positiva de la sexualidad. En cambio, San Pablo, que en su Apología del Amor habla de sufrirlo todo, de soportarlo todo, de esperarlo todo, en Corinto entrega al Diablo a un amante (se supone que amante de una hija o hijastra suya) y declara que está maduro para el Infierno.

Bozal y velo para la mujer

Claro que, como misionero, Pablo necesitaba a las mujeres; las elogia en las salutaciones de sus cartas como «colaboradoras» y «combatientes». También las equipara con el hombre, pero ante Dios (¡como hace con los esclavos y los  señores!): una paridad que, por cierto, ya existía en el culto a Isis y, de modo similar, en los misterios de Eleusis y Andania. Sin embargo, en la práctica. Pablo priva a la mujer de la palabra en el culto, por principio. «Las mujeres en las asambleas de la comunidad deben callar, pues no les está autorizado hablar, sino que tienen que someterse (...)»: se trata del tristemente famoso «Mulier taceat in ecclesia», algo que ha hecho historia; y no sólo historia de la Iglesia. Ni la misma María le merece a Pablo una sola mención. La pobre idea que tiene de la mujer queda demostrada por la jerarquía de la primera Carta a los Corintios: Dios-Cristo-Hombre-Mujer. Además le ordena —«en nada menos que dieciséis versículos» (Kari Barth)— el uso del velo durante la oración y el oficio divino: un signo de su inferioridad, pues llevar el velo significa «avergonzarse del pecado traído al mundo por la mujer». Pablo continúa difamando a la mujer, pues el hombre, por el contrario, «es la imagen y el reflejo de Dios. No es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre; tampoco fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre». Y todavía se saca de la manga la Leyenda de la Caída del Antiguo Testamento en un sentido antifeminista: «Es así que la mujer debe llevar una señal de sujeción sobre la cabeza, por causa de los ángeles».

Hay que ser un siervo carismático de la Iglesia para poder escribir que en ese pasaje no se coloca «ni al hombre sobre la mujer ni a la mujer sobre el hombre» y hasta que, «bien mirado» Pablo rebajó la posición del hombre e «indirectamente» ¡inició la emancipación de la mujer!

Bueno es no tocar a ninguna mujer

La descalificación del matrimonio también sume a los exegetas en dificultades insalvables. El apóstol no concibe una comunidad espiritual, emocional o social entre hombre y mujer, sólo la meramente sexual.

San Pablo abre la discusión con la frase fundamental: es «bueno para el hombre no tocar a la mujer». No proscribe el matrimonio, incluso lo considera mejor que abrasarse, pero desearía, no obstante, «que lodos los hombres fueran como yo» esto es, solteros. Lo califica expresamente como «recomendable». A hombres y mujeres, viudas y jóvenes, a todos los querría ver «libres» del matrimonio, serían «más felices» sin matrimonio; si lo admite es por simple concesión a la carne, como un mal necesario «por causa de la fornicación»: pero permanecer soltero «es mejor».

Por tanto, está bien claro lo que el apóstol enseña ahí en causa propia. No obstante lo cual. Pablo, según la exégesis católica, inaugura «un nuevo período para la mujer» concibe un «ideal femenino completamente nuevo» y entona «el Cantar de los Cantares del matrimonio» (7).

Seguiremos escuchándote.

Texto de Karlheinz Deschner publicado en "Historia Sexual del Cristianismo",Yalde, Zaragoza, España, 1993 pp. 53-55. Adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.


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