1.03.2019

ABREN LA TUMBA DE JESÚS


ESPECIALISTAS ACCEDEN AL ENCLAVE MÁS SAGRADO DEL CRISTIANISMO, GENERANDO UNA ENORME POLÉMICA CIENTÍFICOS DE NATIONAL GEOGRAPHIC Y DE LA UNIVERSIDAD TÉCNICA DE ATENAS HAN ENTRADO NADA MENOS QUE A LA TUMBA DE JESÚS DE NAZARET, EN LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN, REABRIENDO UN POLÉMICO DEBATE RESPECTO A UNO DE LOS MÁS IMPORTANTES DOGMAS DE FE DE LA IGLESIA: LA RESURRECCIÓN DEL MAESTRO Y SU POSTERIOR APARICIÓN ANTE CIERTOS TESTIGOS. ¿PODRÍA ESTA NUEVA INVESTIGACIÓN HACER TAMBALEAR LAS CREENCIAS DE CIENTOS DE MILLONES DE PERSONAS? ¿DÓNDE SE ENCUENTRA REALMENTE EL CUERPO DE JESÚS? EN EL PRESENTE REPORTAJE RESPONDEMOS A ESTAS Y OTRAS TRASCENDENTES CUESTIONES...

El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (Lucas 24, 1-2).

Es inevitable que cualquier aproximación científica a la figura de Jesús de Nazaret generé una incontrolable expectación, en la medida en que los resultados pueden contribuir a reforzar la verosimilitud histórica del personaje y de los acontecimientos que se le atribuyen en los Evangelios o, por el contrario, decantar la balanza hacia la postura de quienes sostienen que Jesús, tal y como lo presenta el cristianismo, jamás existió y no es más que una ficción toscamente construida, aunque hábilmente fortalecida durante los primeros siglos de nuestra era.

Ello explica que la arqueología bíblica, en especial cuando se ocupa de los llamados Santos Lugares vinculados a Jesucristo, tenga un seguimiento mediático muy por encima del que pueden recibir las investigaciones realizadas en sobresalientes enclaves del Antiguo Egipto o en las siempre fascinantes ciudadelas americanas de mayas, incas o aztecas.

INVESTIGACIÓN HISTÓRICA

Eso ocurrió a finales de octubre de 2016, cuando especialistas de National Geographic y de la Universidad Técnica de Atenas tuvieron el privilegio de contemplar la roca primigenia en la que la tradición cristiana hace reposar el cuerpo sin vida de Jesús tras la crucifixión y, por ende, el sepulcro que –según la fe abrazada por decenas de millones de personas en todo el mundo– «contempló» el más controvertido e influyente milagro de todos los tiempos: la resurrección del Hijo de Dios.

El camino para que los arqueólogos pudiesen acceder al lecho rocoso original del Santo Sepulcro no constituyó una empresa sencilla. Los diferentes poderes religiosos que desde hace siglos conviven en el sagrado enclave rivalizando por su custodia, tienen que ponerse de acuerdo para cualquier circunstancia que afecte al mismo. Siempre debe existir pleno consenso, juego de equilibrios que no es sencillo mantener. De ahí también la notoriedad de ésta investigación, que consiguió dicho acuerdo, generando desde un primer momento un más que esperado revuelo. Como cabría esperar, las informaciones que se publicaron respecto al asunto incluían teorías conspirativas relativas a las verdaderas motivaciones de la excavación, a la censura a la que estarían sometidos los descubrimientos, e incluso, por imposible que pueda parecer, a la oportunidad que ofrecía a los investigadores para localizar material genético residual del cuerpo que teóricamente reposó allí hace dos mil años... Ahí es nada.

Se estima que las lozas de mármol blanco que recubrieron el lecho mortuorio de Jesús, y con las que se pretendía proteger la tumba de expolios y profanaciones, no habían sido retiradas al menos desde el año 1555. Por tanto, no se trata de un yacimiento intacto, pero el tiempo transcurrido y las nuevas herramientas en manos de la investigación arqueológica prometían no sólo datos reveladores, sino también potenciales sorpresas.

El sepulcro de Jesús, aquel que según las crónicas evangélicas fue desinteresadamente cedido por José de Arimatea –«Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca» (Mateo 27, 59)–, se encuentra en la llamada ciudad vieja de Jerusalén, protegido del exterior por una pequeña edificación conocida como Edículo, perimetrada por una estructura en columnas – Rotonda o Anastasis–, que a su vez está aislada del resto del mundo por la propia Basílica o Iglesia del Santo Sepulcro, también llamada Iglesia de la Resurrección.

Esta suerte de matrioska sagrada, custodiada por cristianos católicos y armenios y ortodoxos griegos –con el apoyo simbólico y necesariamente conciliador de las Iglesias coptas y ortodoxas etíopes y siriacas–, es no sólo el enclave más sagrado del cristianismo, sino también el de aspecto más modesto de entre los santos lugares. A la vista de los zunchos de acero y de los puntales que luce como recurso para evitar su deterioro desde el año 1947, el historiador y prolífico escritor alemán Hans Einsle se refería a esta iglesia como «la más pobre del mundo», circunstancia que el propio experto en arqueología bíblica atribuye a que «tiene muchos señores que no terminan por ponerse acuerdo (….) Cada cual posee su altar, su propia capilla, sus velones, y cada cual alardea de sus propios derechos, sin participar en las obligaciones impuestas».

LA RESURRECCIÓN

La realidad es que el complejo religioso es un ejemplo de contrastes, puesto que la recargada y estridente decoración de ciertas zonas del templo –consecuencia de la suntuosidad con la que cada corriente religiosa quiere atrapar la atención del visitante termina ofreciendo el aspecto de un bazar. Cada altar, cada capilla de esta vetusta iglesia, confiere al lugar un ambiente denso, reclamando la atención de los devotos para los más dispares hitos vinculados con los momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Los responsables del sagrado monumento presumen de custodiar no sólo la tumba de Jesús, sino también la llamada Piedra de la Unción, la losa hoy recubierta de mármol blanco protector en la que se colocó el cuerpo de Jesús tras descenderlo del madero y donde José de Arimatea y Nicodemo procedieron, en cumplimiento de las costumbres judías, a purificarlo y ungirlo en aceites aromáticas y protectoras.

En la pequeña antecámara se conserva y venera, dentro de un visible relicario de mármol que se alza del suelo en un pequeño pedestal, un trozo de la loza de piedra que cerraba la tumba, destacando dentro de una estancia que es conocida como Capilla del Ángel, en recuerdo del episodio evangélico en el que un ángel, bajo la forma de un joven vestido con túnica blanca, esperó sentado en el sepulcro a las mujeres en la mañana de la Resurrección para anunciar el prodigio.

EN LA TUMBA DEL HIJO DE DIOS

Como apunta no sin cierta sorna el historiador Juan Eslava Galán en su controvertido libro El fraude la Sábana Santa y las reliquias de Cristo (Planeta, 2004), «existe, además, una Capilla del Escarnio, donde se venera un trozo de columna a la que supuestamente ataron a Jesús mientras se preparaba la cruz. También se rinde culto a una hendidura en la roca, que se dice ocasionada por el terremoto que siguió a la muerte de Jesús. Finalmente puede adorarse el agujero de la cruz, convenientemente protegido con un rodete de bronce dorado. Entre las numerosas reliquias menores que atesora el templo destaca, en la parte armenia, un fragmento de roca del subsuelo llamada Piedra de las Tres Marías, desde la que las mujeres evangélicas asistieron, hechas un mar de lágrimas, a la crucifixión de Jesús».

Finalmente, junto a otros muchos hitos de una más que dudosa fiabilidad histórica, encontramos el sepulcro propiamente dicho: una cámara excavada en la roca caliza, cuyo revestimiento y recargada decoración la haría irreconocible para quienes la concibieron 2.000 años atrás. Unos dos metros de longitud por casi otros tantos de altura dan cobijo al banco sepulcral labrado en una de las paredes, de la que sobresale algo menos de un metro. Esa es la más codiciada de las reliquias, la base sobre la que pivotan el resto de los elementos, reales o ficticios, que alientan y rentabilizan la fe.

Allí quedó reposando el cadáver de Jesús, y allí, de acuerdo con la fe cristiana, se produjo el milagro de la Resurrección, un portento absolutamente esencial para vertebrar la teología de la confesión religiosa más longeva e influyente de la historia. Es precisamente en este claustrofóbico lugar donde se localizaría también la más controvertida prueba de esa Resurrección, la afamada Síndone de Turín.

A la vista de todo ello es comprensible que Antonia Moropoulou, supervisora de los trabajos de restauración del recinto por parte del equipo de científicos griegos, y Fredrik Hiebert, arqueólogo de National Geographic Society, mostraran su asombro ante lo que tenían entre manos. Se estima que durante casi cinco siglos nadie había retirado las lozas de mármol, hasta que lo hicieron el 26 de octubre de 2016 los especialistas de la Universidad Técnica de Atenas y de la prestigiosa organización científica.

Por delante tuvieron sesenta horas para despejar con la precisión de un cirujano la capa de material compactado que reposaba justo debajo del mármol, topándose con un hallazgo que no esperaban. Ante sus ojos apareció otra losa de mármol decorada con una cruz cristiana, que a priori podría datar de tiempos de las Cruzadas y, por tanto, dar la razón a las cronologías oficiales que los historiadores barajan para este lugar.

Bajo esta segunda loza emergió la cama sepulcral tallada en la roca caliza. Es fácil imaginar el escalofrío que debieron sentir los privilegiados arqueólogos presentes en el que anteriormente se encontró el templo pagano con el que Adriano pretendía extirpar el recuerdo del cristianismo. Y como éste sostuvo la opinión de que era mejor sustituir lo más pronto posible los testimonios del cristianismo por los de la propia religión, podemos estar absolutamente seguros del origen histórico de los Santos Lugares».

HUMANIZANDO LA FIGURA DE JESÚS

La seguridad y optimismo de este autor contrasta con el razonado escepticismo de otros, como es el caso del historiador Earl Doherty, quien en sintonía con el llamado Seminario de Jesús, círculo de estudiosos tendentes a humanizar la figura del Hijo de Dios, reflexiona en su obra "El Puzzle de Jesús" (La Factoría de Ideas, 2006) de manera crítica al respecto de los santos lugares: «En todos los escritores cristianos del siglo I, en toda la devoción que exhiben sobre Cristo y la nueva fe, ninguno de ellos expresa jamás el más ligero deseo de ver el lugar de nacimiento de Jesús, de visitar Nazaret, su ciudad de origen, los sitios donde predicó, el aposento donde celebró la Última Cena, la tumba donde fue enterrado y resucitó de entre los muertos.

¡Estos lugares nunca se mencionan! Lo que es más, no hay una sola mención de un peregrinaje al Calvario, donde se consumó la salvación de la humanidad. ¿Cómo podría no haberse convertido en un santuario dicho lugar? ¿Es posible que Pablo no hubiese querido correr al Monte Calvario para postrarse en la tierra sagrada donde cayó la sangre de su Señor herido? Seguramente habría compartido una experiencia emocional tan intensa con sus lectores.

¿No se habría arrastrado al huerto de Getsemaní, donde se dice que Jesús pasó por los horrores y las dudas que el propio Pablo había conocido? ¿No habría glorificado, al permanecer en la tumba vacía, la garantía de su propia Resurrección?». No obstante, como el lector comprenderá fácilmente, una cosa es aseverar que estos lugares y el sepulcro en cuestión son los que se tenían por originales al menos hacia el 132 d. C con Adriano, y otra diferente es que lo fuesen realmente.

ESCENARIOS EVANGÉLICOS

En definitiva, la primera gran objeción a la que nos enfrentamos, sin necesidad de entrar en debates teológicos, es la de aceptar que efectivamente esos son los lugares originales donde sucedieron los hechos relatados en los Evangelios.

Porque pueden haber sido considerados como tales un siglo o, en el mejor de los casos, medio siglo después de la muerte de Jesús, pero las enormes transformaciones que experimentó el territorio durante los primeros años del cristianismo no nos permiten ser especialmente optimistas al respecto. La ciudad no sólo fue destruida sin contemplaciones por el emperador romano Tito en el año 70 d. C., sino que la propia identificación de los escenarios descritos en los Evangelios ha resultado en la mayoría de las ocasiones frustrante para los investigadores que han intentado localizarlos. No se han podido identificar colinas, precipicios o cuadrar las distancias y fronteras descritas en los textos sagrados, de modo que la geología y la historia poco tienen que aportar acerca de dichos enclaves.

Sin embargo, dejando de lado ese obstáculo y dando por buena la ubicación del Santo Sepulcro en el lugar que nos ocupa, todavía resta por resolver el más controvertido de los asuntos: ¿Se depositó en esa tumba el cuerpo de un hombre crucificado conocido como Jesús de Nazaret? ¿Volvió a la vida ese cuerpo al cabo de tres días, presentándose durante las semanas posteriores a testigos de diversa condición?

Por otro lado, la literalidad con la que en siglos pasados se interpretaban los pasajes bíblicos ha sido afortunadamente superada, y hoy se acepta con relativa normalidad que las Sagradas Escrituras –incluyendo la propia vida de Jesús– están sembradas de leyendas, alegorías, metáforas y símbolos que en buena parte se tomaron prestadas del propio judaismo o de religiones y cultos pretéritos. En la actualidade está establecido que los evangelistas no fueron notarios, de tal manera que cuando décadas después de fallecer Jesús se pone por escrito el recuerdo de sus enseñanzas, se hace de manera parcial, subjetiva, entrando en contradicciones o aportando datos confusos. Un síntoma de esto lo podemos detectar a golpe de click en el lugar más inesperado, la página web oficial del Santo Sepulcro.

En la misma podemos asombrarnos al comprobar que algunos de los pasajes que reproducen, junto a los habituales, pertenecen a Evangelios apócrifos como el de Gamaliel y Bartolomé, a los que acuden en auxilio de ciertos hitos venerados en el Santo Sepulcro que están especialmente cogidos con pinzas, como es el caso de la Capilla de Adán, a través de cuyo suelo llegó la sangre de Cristo al cuerpo de Adán, o la ya referida Piedra de la Unción.

Pero las lagunas terminan arreglándose con elementos claramente inventados o importados de otras deidades para fortalecer al personaje y realzar su condición divina. En la Natividad esos elementos son muy explícitos, pero también en los episodios de su muerte y Resurrección.

LA GRAN CONSPIRACIÓN

Tal como sostienen autores como Dorothy Milne Murdock –escribiendo bajo el seudónimo de Acharya S. en 'La Conspiración de Cristo (Valdemar, 2012)–, Jesucristo imita, tanto en la forma de morir como de renacer, el destino de dioses como el griego Prometeo o el Attis de Frigia, crucificado en un árbol y resucitado al tercer día; el Horus egipcio y el Krishna hindú; el dios persa Mitra, cuyo culto incluía una eucaristía y al que, además de regresar de la muerte al tercer día, se le atribuyen frases tan cristianas como «quien no coma mi cuerpo ni beba de mi sangre, haciéndose uno conmigo y yo con él, no se salvará»; o Baal o Bel de la cultura babilónica-fenicia, del que parece un calco, pues Bel es hecho prisionero, juzgado por un tribunal, torturado y ridiculizado por la comunidad, desnudado y llevado a un monte donde es sacrificado y depositado en una tumba de la que emerge resucitado.

Esta lectura en clave simbólica de la muerte y Resurrección de Jesús, aun pareciendo blasfema, es contemplada con normalidad dentro del seno de la Iglesia tras un largo proceso de asimilación y normalización. Así cobrarían sentido muchos aspectos contradictorios en los relatos evangélicos relativos a fechas, expresiones, testigos o escenarios de la crucifixión, Resurrección y posteriores apariciones. El obispo episcopaliano John Shelby Spong enumera en su obra 'La Resurrección: ¿Mito o realidad?' (Martínez Roca, 1996) una nutrida lista de reputados expertos católicos y protestantes en el Nuevo Testamento que no toman literalmente los relatos de la Pascua de Resurrección.

Apoyándose en el breve aunque explícito pasaje del Evangelio de Marcos en el que leemos la frase: «Entonces todos los suyos lo abandonaron y huyeron» (14, 50), este autor, desde su incombustible fe en Cristo, es capaz también de reflexionar crudamente sobre la realidad histórica de los hechos: «La probabilidad más fuerte está en favor de la verdad sin componendas que expresa la frase ‘todos lo abandonaron y huyeron’. Jesús murió solo. Tuvo la muerte de un criminal ejecutado públicamente, y su cadáver probablemente recibió el tratamiento que suele reservarse a los infortunados que entran en esa categoría. Fue retirado del instrumento de su ejecución, el madero de la cruz, y depositado y cubierto en una fosa común. No se conservó ningún recuerdo, pues ningún valor se le concede a quienes han sido ejecutados. Los cadáveres no permanecían largo tiempo en la fosa…

…Mediante el enterramiento se eliminaba el olor de la carne putrefacta y en muy poco tiempo sólo quedaban unos huesos sin identificar. Incluso tales huesos se retiraban antes de que transcurriera mucho tiempo. La naturaleza recupera eficazmente sus recursos (…) Así nadie sabe cuánto vivió Jesús en la cruz, cómo murió, cuándo fue bajado de la cruz o dónde fue sepultado, porque todos ellos ‘lo abandonaron y huyeron’. Eso significa que no hubo una visita de las mujeres al sepulcro para ungir a Jesús el primer día de la semana, puesto que no hubo ninguna tumba ni conocimiento alguno de cuándo había muerto o dónde había sido sepultado».

¿MURIÓ EN LA CRUZ?

Frente al realista diagnóstico de este obispo, encontramos también a quienes han intentando buscar una salida intermedia para no tener que aceptar algo tan contranatura como la resurrección de un cuerpo, dando para ello fiabilidad a ciertos aspectos y proponiendo escenarios alternativos para otros. De esta manera se ha sugerido que Jesús no murió en la cruz y, por tanto, fue rescatado del sepulcro y asistido de sus heridas, o que pudo morir y su cuerpo sustraído para alimentar la idea de su retorno a la vida antes de su definitiva ascensión a los cielos.

Sea como fuere, las recientes investigaciones realizadas en la Tumba de Jesús contribuyen a reactivar el interés por los Santos Lugares y parecen revelar un proceso de mayor transparencia de la Iglesia, porque en pleno siglo XXI, la feligresía parece lo suficientemente madura como para distinguir entre el mito y el hecho histórico.

**********

AFRODITA EN EL SANTO SEPULCRO

La cronología capaz de sustentarse en hechos meridianamente constatables no nos permite, forzando mucho las cosas, ir más allá del 132 d. C., año en el que el emperador romano Plubio Adriano, tras ganar la Segunda Guerra Judeo-Romana –producto de una enconada rebelión liderada por el Mesías Simón bar Kojba–, ordenó destruir todos los templos judíos y cristianos para fortalecer definitivamente su control sobre el territorio hebreo. Fue así como Adriano fundó sobre las ruinas de Jerusalén su propia ciudad romana, Elia Capitolina, ubicando en el Monte Calvario –lugar donde al parecer se localizaba el sepulcro de aquel otro Mesías conocido como Jesús– un templo dedicado a la diosa Venus- Afrodita. Curiosamente, es gracias a este gesto que los historiadores pueden defender la idea de que, al menos en esas fechas, se pensaba que los restos de Jesús habían reposado en una de las tumbas del lugar.

Esa tradición adquirió tintes oficiales con Constantino, quien en el año 325 pidió al obispo Macario que, además de acabar con los templos paganos, buscara los escenarios de la muerte y Resurrección de Cristo. En su empresa jugó un papel fundamental la propia madre del emperador, Helena, debiéndose a la necesaria cooperación de los tres que el templo a Venus fuese demolido, quedando al descubierto la Vera Cruz y el propio sepulcro. Eso, al menos, es lo que narran de manera un tanto piadosa las únicas fuentes disponibles. Para el año 335, y tras una compleja remodelación de toda la zona, ya existía un primer templo cristiano pivotando alrededor de la gruta que nos ocupa.

UNA HISTORIA DE SAQUEOS

El Santo Sepulcro fue destruido por los persas en el año 614 de la mano del emperador Corsoes II el Victorioso, contemporáneo de Mahoma, quien en su campaña contra Damasco y Jerusalén acabó con buena parte del templo, llevándose la Vera Cruz y otras reliquias como trofeo a la ciudad mesopotámica de Ctesifonte, en el actual Irak. Unos años más tarde, tras las victorias contra los persas del emperador Heraclio, éste rehabilitó la zona de culto, y en el año 630 devolvió a la misma la Santa Cruz que él mismo había recuperado en Bagdad. A pesar de las incesantes oscilaciones políticas del lugar, durante casi cuatro siglos la zona no experimentó alteraciones significativas, hasta que irrumpió en la historia el sexto califa fatimita de El Cairo.

Corría el año 1009 cuando ordenó la total destrucción de todas las iglesias de Egipto, Siria y Palestina. Tal y como recoge el médico e historiador Yahia ibn Sa’id en sus Anales: «Se adueñaron de todos los objetos decorativos que había en la iglesia y la destruyeron completamente, dejando solamente lo que era muy difícil de destruir. También destruyeron el Calvario, la iglesia del santo Constantino y todo lo que se encontraba alrededor, e intentaron eliminar los restos sagrados». Aunque todo parecía acabado para este lugar, lo cierto es que al tratarse de un espacio en el que como pocos se visibiliza la legitimación del poder terrenal desde lo espiritual, su devenir no podía ser otro que el de un genuino ave fénix.

De sus ruinas emergió de nuevo en 1048 gracias al emperador Constantino IX Monómaco, quien ante la imposibilidad de recuperar la configuración original, desarrolló un proyecto que sería culminado con diferentes remodelaciones por los cruzados a partir de 1099, un proceso que se prolongó al menos hasta el año 1149. Es en ese periodo –cuando comienzan los peregrinajes tutelados a los lugares santos– que se coloca el revestimiento de mármol.

LAS OTRAS TUMBAS DE JESÚS

La del Santo Sepulcro no es, ni de lejos, la única tumba atribuida a Jesús. La más cercana, ubicada al norte de la Puerta de Damasco, es la Tumba del Jardín, custodiada por los anglicanos.

Está excavada en la roca caliza y fue descubierta en 1891 por Charles Gordon. Pero, sin duda, la tradición herética más conocida es la que sitúa los últimos días de Jesús en Cachemira (la India), a donde habría llegado tras sobrevivir al suplicio o bien resucitar. Lo hizo buscando el legado de las tribus de Israel, conservándose su tumba en Srinagar. También ha logrado mucha popularidad la teoría de un Jesús viviendo sus últimos días junto a María Magdalena y su descendencia en Francia, con Rennes-le-Château como epicentro de un territorio al que habría llegado gracias a José de Arimatea.

En el norte de Japón, concretamente en Shingo, también encontramos un túmulo en el que se asegura que reposan sus restos. Habría alcanzado el país del Sol Naciente tras evadir la crucifixión, puesto que su hermano gemelo habría ocupado su lugar en la cruz.

Finalmente, a esta lista se ha venido a sumar la llamada Tumba de Talpiot o Tumba de los Diez Osarios, descubierta en 1980 a unos 5 km de la Ciudad Vieja de Jerusalén. En uno de los osarios se podía leer la inscripción «Jesús, hijo de José». Estos habrían sido los osarios de Jesús y su familia, en torno a los cuales giró el controvertido documental La tumba perdida de Jesús, promovido en 2007 por James Cameron y Simcha Jacobovici para Discovery Channel.

Texto de José Gregorio González en "Año Cero",España, año XXVIII n. 01-318 pp.10-17. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.

No comments:

Post a Comment

Thanks for your comments...