1.18.2012

AGRICULTURA EN ESPAÑA (1752-1935)


La productividad de la tierra en los principales cultivos


























Con estas fuentes se ha reconstruido la tendencia a largo plazo de la productividad media de la tierra, tanto de las superficies sembradas como de las cultivadas, entre los siglos XVIII al XX, tomando para ello, no las cifras anuales, sino los valores medios de los años 1751/53, 1818/20, 1903/12, 1920/25 y 1930/35. El primer paso ha consistido en calcular la productividad media de los cultivos más importantes. Para 1818/20, hemos calculado las medias provinciales a partir de las medias de los 254 pueblos que nos sirven de muestra y para los cuales hemos localizado su Cuaderno general de la riqueza. Estas medias provinciales han sido estimadas como medias ponderadas, multiplicando la productividad media de cada cultivo por la superficie dedicada a ese cultivo en cada pueblo, sumando, y dividiendo por la suma de las superficies en los pueblos. Para 1751/53, las medias provinciales se han calculado con el mismo procedimiento.
De esta forma, las productividades medias de los distintos cultivos en cada pueblo se han multiplicado por las superficies destinadas a esos mismos cultivos en 1818/20. Para los años 1903/12, 1920/25 y 1930/35, el cálculo de las productividades medias de estos cultivos en las 20 provincias de la muestra resulta mucho más simple, ya que la propia fuente nos facilita toda la información que necesitamos. A continuación, y una vez calculadas las medias provinciales, se ha procedido a calcular las medias nacionales ponderadas a partir de las provinciales para los principales cultivos. Para ello, se han multiplicado las productividades provinciales de los años 1751/53, 1818/20, 1903/12, 1920/25 y 1930/35 por las superficies ocupadas por esos cultivos en cada una de las provincias durante el período 1918/22. En el caso de los años posteriores a 1903, también se han calculado las productividades medias con los datos de todas las provincias españolas. Las pequeñas diferencias entre estas cifras y las productividades medias de las 20 provincias de la muestra indican la representatividad de los datos referidos al siglo XX. El método seguido para estimar las productividades medias nacionales presenta algunas deficiencias, que debemos señalar. Por un lado, se puede aducir que no todas las regiones están representadas de igual manera, lo que sin duda puede introducir algún sesgo territorial a la muestra, especialmente en beneficio de Castilla y Andalucía; aunque son también estas dos regiones las que tienen un mayor peso en la agricultura española. Por otro, la carencia de datos sobre la distribución por cultivos de las superficies agrícolas provinciales con anterioridad al siglo XX nos ha obligado a ponderar las productividades medias provinciales de 1751/53 y 1818/20 con datos de las primeras décadas del siglo XX.  La utilización de esta ponderación fija para un período tan largo ocasiona que no refleje adecuadamente los cambios ocurridos en el tamaño de las superficies dedicadas a cada uno de los cultivos en las distintas provincias. Por ello, la media nacional que obtenemos con esta ponderación fija se aparta de la que obtendríamos empleando ponderaciones móviles. ¿Pero en qué sentido se habría apartado? Por un lado, al utilizar ponderaciones fijas, ignoramos el proceso de especialización regional y sesgamos a la baja el crecimiento de la productividad. Y por otro, empleando ponderaciones tomadas de los años finales, tendemos a primar a aquellas provincias en las cuales la productividad había crecido con más rapidez, introduciendo por tanto un sesgo al alza en el crecimiento estimado. Así pues, lo único que se puede decir es que uno y otro se compensan parcialmente, y el saldo final resultante queda indeterminado, pero la diferencia no debe ser muy grande. Todas las operaciones descritas han dado como fruto las cifras del cuadro I.1, que pasamos a comentar a continuación. Las conclusiones que se extraen de la lectura del cuadro I.1 sobre la tendencia a largo plazo de la productividad media de los productos agrícolas más importantes en las tierras sembradas de 1751/53 a 1930/35 se pueden resumir señalando la existencia de tres grandes etapas: una primera, de estancamiento de los rendimientos entre 1751/53 y 1818/20; una segunda, de crecimiento entre 1818/20 y 1903/12; y una tercera, de crecimiento más lento de la productividad media, de 1903/12 a 1930/35. Pero analicemos con más detenimiento la evolución de estos cultivos en cada una de las tres etapas apuntadas.

Cuadro I.1
Entre los años 1751/53 y 1818/20 los rendimientos de los cereales en España, y en particular los del trigo, no experimentaron apenas cambios, al igual que debió suceder durante siglos, hasta la segunda mitad del XIX. El trigo, con una productividad media de 4,7 qm/ha en 1751/53 y de 4,9 qm/ha en 1818/20, representaba en este último año el 65 % de la producción y el 69 % de la superficie destinada a los cereales. Le seguían en importancia los cereales más rentables, la cebada, que oscilaba entre 6 y 6,2 qm/ha, y el maíz, de 10,5 a 9,2 qm/ha, y a continuación el centeno y la avena, con unos rendimientos de 3 a 3,4 qm/ha y de 2,2 a 3,9 qm/ha entre 1751/53 y 1818/20. Parece que estas productividades medias de 5 qm/ha en 1751/53 y de 5,2 qm/ha en 1818/20 para el conjunto de los cereales pueden ser generalizables a toda España, como lo confirma el hecho de que estos valores sean cercanos a los obtenidos por Amalric a partir de los rendimientos de las tierras de segunda calidad en 540 pueblos castellanos a mediados del siglo XVIII: trigo 5,8 qm/ha, cebada 6,9 qm/ha y centeno 5,2 qm/ha. Otros autores coinciden en estas cifras para distintas comarcas de Castilla, en igual fecha: en el caso del trigo, los rendimientos se mueven entre los 4,4 y los 5,3 qm/ha. Por lo que respecta a la productividad de las leguminosas, la diferencia (de 4,2 qm/ha en 1751/53 a 3,6 qm/ha en 1818/20) se debe más a la deficiencia de una de las fuentes que a una desigualdad real. En efecto, los rendimientos obtenidos de las Respuestas Generales están estimados al alza, puesto que solo se facilitan las productividades de las leguminosas en aquellos pueblos donde estos cultivos tenían unas producciones significativas, quizá precisamente por presentar unos rendimientos más altos que los obtenidos en otros lugares. De aquí que la productividad media haya sido calculada con un menor número de casos que en 1818/20. Por su parte, el viñedo manifiesta la misma tendencia, al casi coincidir los resultados de ambas fuentes. Los 6,1 hl/ha de 1751/53 y los 6,3 hl/ha de 1818/20 se ven ratificados por el trabajo de Huetz de Lemps sobre las superficies y las producciones vitícolas en el noroeste de España durante el siglo XVIII, gracias al cual se ha podido calcular la productividad media de 177.093 hectáreas de viñedo en 1.306 pueblos de 14 provincias, con el resultado de 6,7 hl/ha en 1752. Los bajos rendimientos del olivar en 1818/20 se deben explicar por las malas cosechas habidas durante la segunda década del siglo XIX, con el consiguiente descenso de la cantidad de aceite de oliva elaborada en las villas productoras de las provincias de Cádiz, Córdoba, Jaén y Sevilla. Así parece demostrarlo el ejemplo de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde las 363 hectáreas plantadas con 12.000 pies no produjeron nada por el mal estado en que se hallaban todos los olivos de este término desde hacía siete años, frente a los 663 hectolitros de aceite extraídos de las 313 hectáreas que tenían plantadas en esta misma localidad en 1752.  Son, por tanto, los datos del Catastro los más representativos, con una productividad media de 1,4 hl/ha, que se debió mantener a lo largo del XVIII. Así parece confirmarlo la única información disponible sobre las cuentas de una hacienda olivarera: «La Guijarrosa», en el municipio cordobés de Santaella, donde la producción media por hectárea entre 1739 y 1774 fue de 2 hectolitros. Las distintas condiciones geográficas y climáticas, los diversos tipos de sistema de explotación y propiedad de la tierra y los contrastes socioeconómicos regionales hacen que sea complicado calificar de manera genérica al sector agrícola español. De ahí que algunos historiadores no hablen de una agricultura española, si no más bien «de múltiples agriculturas » en la España del siglo XVIII. Los datos disponibles son insuficientes para elaborar un análisis regional de los rendimientos, pero se advierten dos puntos en común entre los campos de la zona mediterránea, Castilla o Andalucía, que son la coincidencia en los bajos niveles de todos los cultivos y la inmovilidad de la productividad de 1751/53 y 1818/20. Al estancamiento en el tiempo de los rendimientos agrícolas españoles hay que añadir su estancamiento geográfico durante los siglos XVIII al XIX.  En definitiva, todo lo dicho hasta el momento confirma la idea de un estancamiento de la productividad media de la tierra en los principales cultivos de la agricultura española entre 1751/53 y 1818/20, con indiferencia de su localización geográfica, así como su bajo nivel con respecto a las conseguidas en otros países europeos. Comparados los rendimientos del trigo en España con las estimaciones de Bairoch para 1800 resulta que el resto de la Europa Occidental presenta una productividad superior en un 43 % a la española. Para el resto de los cereales, la diferencia oscila entre el 21 % de la cebada y el 46 %-56 % de la avena y del centeno, mientras que únicamente el maíz muestra unos rendimientos equivalentes a la media europea. Esta tendencia general pudo tener como únicas excepciones los casos en que se produjo la sustitución de unos cultivos de bajos rendimientos por otros de rendimientos más altos, aunque no hay pruebas que nos permitan suponer que este proceso tuvo una incidencia destacada en el conjunto de la agricultura española del siglo XVIII. Sin embargo, algo de esto sucedió en la España Atlántica, en la medida en que los cereales tradicionales (principalmente el trigo) fueron sustituidos por el maíz. No debe extrañarnos, por tanto, que Pérez García asegure que el hecho fundamental de la agricultura gallega entre los años 1755 y 1820 lo constituya «la revolución de los rendimientos».  El Catastro de Ensenada apunta para la comarca pontevedresa de Salnés unas productividades que fluctúan entre los 9,6 y 14,6 qm/ha para el maíz y los 15,4 hl/ha para el vino, mientras que en algunas explotaciones agrícolas del mismo partido se logran los 13,7 qm/ha en los años 1702-1799 y los 20,4 qm/ha para el maíz en 1800-1820, y las escrituras patrimoniales muestran unos rendimientos de 16 qm/ha en 1740-1789 y de 20,6 qm/ha entre 1800-1848 para este cereal americano, y de 51,5 hl/ha para el vino en el período de 1740 a 1816. Los historiadores que han abordado este tema utilizando las contabilidades de explotaciones agrícolas privadas son unánimes en sus conclusiones de que la productividad de la tierra permaneció estancada hasta bien entrado el siglo XIX, confirmando no solo la tendencia, sino también los valores de los rendimientos obtenidos, y por tanto la solvencia de las Respuestas Generales y de los Cuadernos generales de la riqueza empleados en esta investigación. La escasa información cuantitativa disponible sobre la producción de los cereales por hectárea en otras regiones del norte de España apuesta por unos rendimientos menos elevados que los conseguidos en la agricultura gallega, y por no registrar grandes cambios entre mediados del XVIII y la primera mitad del siglo XIX. En el concejo de Luarca (Asturias), si comparamos los rendimientos de 1752 con los de 1818, no se aprecian alteraciones significativas, manteniéndose su nivel. A mediados del siglo XVIII, la zona central de la provincia de Cantabria produce unos 7,7 qm/ha de trigo y 10,9 qm/ha de maíz; en Rentería (Guipúzcoa), el trigo alcanza los 6,9 qm/ha y el maíz los 9,5 qm/ha en 1810; y un poco más al Este, en Navarra, la productividad media del cereal llega a los 10,9 qm/ha en la Barranca, y en el valle de Baztán varía, en 1817, entre los 6,5-7,5 qm/ha del trigo y los 10,9 qm/ha del maíz. Para Cataluña, a pesar de contar con una bibliografía más amplia, no disponemos de suficientes pruebas para establecer con claridad una tendencia de la productividad de la tierra durante el período estudiado; eso sí, en cambio se constata que los rendimientos del cereal, y en especial del viñedo, son superiores a la media nacional. Así, mientras en 1716 el trigo consigue rendir entre 7,3 y 9,4 qm/ha en 1730, en algunas fincas propiedad de la Iglesia y situadas en las cercanías de Barcelona se obtienen unos rendimientos medios para el trigo de 6,5 qm/ha (5,8 para la cebada y la avena) en 1730, de 11,9 qm/ha en 1742/69 y de 10,9 qm/ha en 1781. Igual ocurre con la productividad del viñedo, que entre los años 1716 y 1730 oscila, según los lugares, de 7,3 a 22,6 hl/ha.
Para la segunda mitad del siglo XVIII, disponemos de los datos de algunas contabilidades agrícolas, según las cuales las viñas en plena producción daban una cosecha de 15 a 16 hl/ha entre 1759 y 1790, de 15,7 hl/ha en 1762 y 1773, y para el período 1775-1804, 16,3 hl/ha. A mediados del XIX, estas cifras todavía permanecían estables y los rendimientos medios del viñedo se movían entre los 13,1 y los 15 hl/ha.
En Castilla, García Sanz no aprecia «ningún cambio significativo en el nivel de los rendimientos» a lo largo del siglo XVIII. Sirviéndose de los libros de cuentas de una granja de la provincia de Segovia, precisa sus productividades para el período 1739-1767 en 5,3 qm/ha para el trigo, 13,7 qm/ha para la cebada, 2 qm/ha para el centeno y 6,4 qm/ha de media para los cereales. Al mismo resultado llegan Brumont, a propósito de una finca burgalesa entre 1630 y 1835, y Gonzalo Anes, después de analizar algunas explotaciones agrícolas de Madrid, donde se produce «un estancamiento de los rendimientos por unidad de superficie y por fanega sembrada», como lo demuestra el que el trigo fluctúe entre 8,1 y 8,9 qm/ha desde 1768/77 a 1788/95. El mismo resultado se obtiene al comparar las noticias que proporciona Donézar sobre los partidos judiciales que formaban parte de la antigua provincia de Toledo en 1752 (4,1 qm/ha de trigo y 4,5 qm/ha para los cereales) y las estimaciones que sobre superficie y producción de los cereales, el viñedo y el olivar de los distintos partidos de Toledo realizó el intendente de esta provincia en 1818 (4,3 qm/ha de trigo y 4,9 qm/ha para los cereales), para rectificar los datos de las relaciones de cosechas que ese mismo año habían presentado las Juntas de Partido. A Llopis Agelán, que estudia la economía monástica de finales del Antiguo Régimen en Extremadura, no le cabe ninguna duda de que, aparte de ser baja, «la productividad agrícola de las granjas del monasterio [de Guadalupe] no experimentó el más mínimo avance a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII». Los cinco cortijos de la campiña cordobesa investigados por Ponsot desde el siglo XVIII hasta el XIX lo ratifican, y este autor niega que se hubiera producido una revolución agrícola en el campo andaluz antes de mediados del siglo XIX (de 1701/50 a 1801/40, 4,5 y 6,6 qm/ha hasta 4 y 6,4 qm/ha para el trigo y la cebada, respectivamente). A igual conclusión llega el mismo Ponsot analizando los rendimientos de 14 grandes propiedades del cabildo de la catedral de Córdoba, cuya superficie total cambia entre los siglos XVII y XIX de 4.349 a 5.605 hectáreas, y en las cuales no se produjo ninguna innovación técnica importante durante el Antiguo Régimen: de 2,5 y 2,6 qm/ha en 1611/17 a 3,6 y 5,8 qm/ha en 1830/36 para el trigo y la cebada. Y Gámez Amián, con los datos de dos fincas de los jesuitas en el pueblo granadino de Ambros, asegura que no se produjo ningún incremento en los rendimientos durante los años 1726 a 1746.  Así lo evidencian otras dos localidades andaluzas, como Écija (trigo 4 qm/ha, cebada 3,3 qm/ha y olivar 1,4 hl/ha) y las tierras del marquesado cordobés de Priego (trigo 5,6 qm/ha, cebada 5,2 qm/ha y olivar 1-2 hl/ha) en 1752, o el Aljarafe sevillano en 1761, donde los cereales consiguen una productividad media de 5,2 qm/ha. Fuera de la Península tampoco se detectan progresos en las técnicas agrícolas, o esto es al menos lo que defienden Núñez Pestano, para quien «el aumento de los rendimientos de los cultivos resulta inviable» en Tenerife de 1796 a 1830, y Juan Vidal, cuando comprueba que «los rendimientos reales no aumentaron en el transcurso del siglo XVIII» en Mallorca. La segunda conclusión que hemos avanzado anteriormente, a la vista de los datos del cuadro I.2, hace referencia al crecimiento que experimenta la productividad media de las superficies sembradas en España a lo largo del siglo XIX. Mientras que el trigo y la cebada aumentan su productividad entre 1818/20 y 1903/12 en un 84 %, de 4,9 a 9 qm/ha para el trigo y de 6,2 a 11,5 qm/ha para la cebada, el resto de los cereales lo hacían en mayor proporción, al multiplicar el centeno su rendimiento por 2,26 pasando de 3,4 a 7,7 qm/ha, y al hacerlo la avena en una cuantía algo inferior (de 3,9 a 7,7 qm/ha). Por su parte, el maíz incrementa su rendimiento en un 54 %, lo que equivale a que de los 9,2 qm/ha en 1818/20, se llega a los 14,2 qm/ha en 1903/12. Al lado de este crecimiento del 86 % para la totalidad de los cereales, las leguminosas crecen un 75 % en sus rendimientos, de 3,6 a 6,3 qm/ha, entre 1818/20 y 1903/12.  Entre las legumbres, las que menos aumentan su productividad son las habas, con el 29 %; en un grupo intermedio se sitúan los garbanzos, los guisantes, las algarrobas, las almortas y los yeros, con crecimiento entre el 44 % y el 56 %, y por encima de estos se encuentran las judías y los alverjones, con el 127 % y el 131 % de incremento. En cuanto a los viñedos y los olivares, los primeros duplican su productividad media desde los 6,3 de 1818/20 a los 13,2 hectolitros de vino por hectárea en 1903/12; en cambio, el aceite de oliva es el único producto agrícola importante que no sufre cambios notables en su producción media por hectárea desde 1751/53 a la primera década del siglo XX. Pocos datos tenemos para analizar con detalle la productividad por regiones, pero todo apunta a un crecimiento diferenciado, aumentando en la zona mediterránea (Cataluña y Valencia) a un ritmo mayor que en Castilla y Andalucía, las cuales crecían a la par que la media nacional. Al mismo tiempo, se produce el proceso de especialización agrícola, en el que los viñedos catalanes superan los rendimientos medios del resto del país, con la excepción de algunas comarcas gaditanas y sevillanas.  Los olivares andaluces ya habían consolidado su producción y, sobre todo, la calidad de sus aceites, y las tierras castellanas imponen la productividad de sus cereales panificables y forrajeros al conjunto de la agricultura española. Frente a este panorama de crecimiento generalizado de la productividad media de las superficies sembradas, menos en el caso de los campos de olivos, el primer tercio del siglo XX se caracteriza por ser una etapa en la cual los rendimientos progresan a un ritmo más lento que en la etapa anterior. Así, los cereales de 1930/35 elevan su productividad en un 7 % con respecto a los de 1903/12, desde los 9,7 a los 10,4 qm/ha; las leguminosas conservan el mismo nivel de rendimientos; el vino aumenta el suyo en un 13 % (de 13,2 hl/ha a 14,9 hl/ha), y el aceite es el producto que experimenta un mayor crecimiento de su productividad, en concreto, del 31 %, desde los 1,3 hl/ha en 1903/12 a los 1,7 hl/ha en 1930/35. El cálculo de las productividades medias para las superficies cultivadas presenta mayores problemas, ya que desconocemos la parte del barbecho (tierra labrada pero no sembrada durante un año agrícola) y del erial temporal (terreno que no se siembra ni se labra en ese año, pero sí en los sucesivos) que debemos imputar a cada cultivo. Y por tanto, no podemos estimar su productividad. Sí, en cambio, conocemos la superficie cultivada (superficie sembrada más barbecho y erial temporal) del «sistema cereal», término usado por los ingenieros de la Junta Consultiva Agronómica para designar la producción conjunta de cereales y leguminosas.
Esta es una noción tosca e incompleta, ya que deja fuera el viñedo y el olivar, pero que nos sirve para calcular la productividad media de los cereales y las leguminosas conjuntamente en las superficies cultivadas. La información de los Cuadernos generales de la riqueza ha hecho posible calcular esta productividad media para 210 pueblos de 15 provincias en 1818/20. Y para estos pueblos, en 1751/53, se ha dividido la producción estimada del sistema cereal entre la superficie cultivada. A partir de estos datos se han calculado las medias provinciales de 1751/53 y de 1818/20, ponderando la productividad media de cada uno de los pueblos por la superficie cultivada en esos pueblos en 1818/20. Para 1903/12, 1920/25 y 1930/35 las cifras provinciales provienen de las estadísticas elaboradas principalmente por la Junta Consultiva Agronómica y recopiladas por el GEHR.  Finalmente, de estas medias ponderadas se ha pasado a la media nacional multiplicando las productividades provinciales de los años 1751/53, 1818/20, 1903/12, 1920/25 y 1930/35 por las superficies cultivadas en cada provincia durante el período 1918/22. De igual forma se ha procedido, pero esta vez con las superficies sembradas de cereales y leguminosas, para calcular su productividad media (cuadro I.2). Las mismas deficiencias que hemos apuntado más arriba sobre el método de ponderación aplicado para estimar las productividades medias nacionales para cultivos concretos se pueden atribuir a las del sistema cereal. Confiemos, no obstante, que los signos de los sesgos se contrarresten y que su diferencia sea pequeña. La evolución a largo plazo del sistema cereal permite constatar también cómo la productividad media por hectárea cultivada se mantuvo estancada durante la segunda mitad del siglo XVIII en unos niveles que no sobrepasaron los 2,5 qm/ha en las superficies cultivadas y el doble en las sembradas (4,8 qm/ha en 1751/53 y 5,1 qm/ha en 1818/20), debido al sistema de cultivo dominante en España. Este no era otro que el de «año y vez», que suponía dejar sin sembrar aproximadamente el 50 % de las tierras dedicadas a los cereales y las leguminosas, debido a las limitaciones climáticas y a las deficiencias técnicas en su cultivo.

Cuadro I.2
Pero, sin duda, donde mejor se comprueba la verdadera intensificación y progreso de la agricultura española durante el siglo XIX es en el incremento de la productividad del sistema cereal en las tierras cultivadas, que se duplica entre 1818/20 y 1903/12, al pasar de unos rendimientos de 2,5 en 1818/20 a 5 qm/ha a principios del siglo XX. Este movimiento alcista se prolonga durante el primer tercio de este siglo, hasta alcanzar los 5,4 qm/ha en 1920/25 y los 5,6 qm/ha en 1930/35, lo cual supone un aumento del 12 % desde 1903/12 a 1930/35. Estas cifras están muy próximas a las calculadas por el GEHR, para el cual los rendimientos de la superficie cultivada se elevaron entre 1906/10 y 1926/30 en un 3 %, y entre 1926/30 y 1931/35 lo hicieron en un 10 %. Asi - mismo, la productividad de las superficies sembradas también creció, aunque en una cuantía menor: del 80 % de 1818/20 a 1903/12 (de 5,1 a 9,2 qm/ha) y del 3 % de 1903/12 a 1930/35.  Las diferencias entre estas dos formas de calcular la productividad media del sistema cereal nos debe poner sobre la pista de incluir en nuestro análisis la posibilidad de una progresiva disminución de la superficie dejada en descanso. Gracias a la información contenida en los Cuadernos generales de la riqueza sobre la extensión del barbecho y el erial temporal en cada uno de los pueblos hemos podido estimar el porcentaje de la superficie agrícola no sembrada para un total de 84 lugares de 11 provincias en 1818/20.
Para calcular los porcentajes provinciales hemos agregado las superficies del barbecho de los diferentes pueblos pertenecientes a la misma provincia y los hemos dividido entre la tierra cultivada, en un caso, de cereales y leguminosas, y en el otro, sistema cereal más viñedo y olivar. Con igual procedimiento se han calculado los porcentajes nacionales. Para los años 1886/90, 1903/12, 1922 y 1930/35 los datos de las provincias incluidas en la muestra los hemos tomado, de las estadísticas oficiales, y a partir de ellos hemos estimado con el método anterior las cifras nacionales.

Cuadro I.3
Aunque la muestra no es muy amplia, sí creemos que puede ser orientativa de la evolución general del barbecho durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX (cuadro I.3). De ser ciertos estos datos, del cuadro I.3 se deduce que a lo largo del siglo XIX tuvo lugar una reducción de las tierras en barbecho que podemos evaluar en un 7 % desde 1818/20 hasta el quinquenio 1886/90, y del 8 % si la fecha final es 1903/12. Descenso que en opinión de Gonzalo Anes comienza a sentirse a mediados de siglo, cuando se realizan transformaciones en la organización de los cultivos, al cambiar en determinadas comarcas el ritmo de aprovechamiento de la tierra «mediante una disminución del ritmo de espera en la labranza de las barbecheras ». Esta opinión ha sido reafirmada por algunos estudios de carácter local y provincial.
El retroceso del barbecho y el erial temporal va en aumento a medida que avanza el primer tercio del siglo XX: se cifra en el 12 % desde a 1818/20 a 1922, y en el 14 % desde 1818/20 a 1930/35, y si consideramos el período de 1903/12 a 1930/35, la reducción es del 6 %, casi equivalente a la experimentada durante el siglo XIX. Estos porcentajes concuerdan aproximadamente con los estimados en 1914 por Flores de Lemus, quien aseguraba que «en los últimos lustros, España ha reducido sus barbechos en un 10 %», proceso que avanzará con lentitud durante el presente siglo. Con respecto a la totalidad de fras nacionales. Aunque la muestra no es muy amplia, sí creemos que puede ser orientativa de la evolución general del barbecho durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX (cuadro I.3). De ser ciertos estos datos, del cuadro I.3 se deduce que a lo largo del siglo XIX tuvo lugar una reducción de las tierras en barbecho que podemos evaluar en un 7 % desde 1818/20 hasta el quinquenio 1886/90, y del 8 % si la fecha final es 1903/12. Descenso que en opinión de Gonzalo Anes comienza a sentirse a mediados de siglo, cuando se realizan transformaciones en la organización de los cultivos, al cambiar en determinadas comarcas el ritmo de aprovechamiento de la tierra «mediante una disminución del ritmo de espera en la labranza de las barbecheras ». Esta opinión ha sido reafirmada por algunos estudios de carácter local y provincial. El retroceso del barbecho y el erial temporal va en aumento a medida que avanza el primer tercio del siglo XX: se cifra en el 12 % desde a 1818/20 a 1922, y en el 14 % desde 1818/20 a 1930/35, y si consideramos el período de 1903/12 a 1930/35, la reducción es del 6 %, casi equivalente a la experimentada durante el siglo XIX. Estos porcentajes concuerdan aproximadamente con los estimados en 1914 por Flores de Lemus, quien aseguraba que «en los últimos lustros, España ha reducido sus barbechos en un 10 %», proceso que avanzará con lentitud durante el presente siglo. Con respecto a la totalidad de hectáreas cultivadas de cereales, leguminosas, viñedo y olivar, la superficie en barbecho disminuye con mayor rapidez (un 12 % entre 1818/20 y 1903/12 y un 16 % entre 1818/20 y 1930/35), debido al mayor aumento relativo de las tierras plantadas de vides y olivos con relación al sistema cereal. Esta reducción de las superficies ocupadas por el barbecho y el erial temporal es, sin duda, significativa y ayuda a explicar una parte del aumento de las cosechas como consecuencia de la ampliación de la superficie sembrada y de la elevación de la producción por hectárea al perfeccionarse los medios de explotar la tierra. Se podría objetar que la disminución del 16 % al 14 % de las tierras destinadas al barbecho y al erial temporal en poco más de un siglo no era un signo claro de progreso, sino más bien una señal de la lentitud con que se efectuaron los cambios en la agricultura española de secano. Pero estos pequeños porcentajes ofrecen, por el contrario, una idea más próxima a las posibilidades reales de reducción del barbecho, dadas las características edafológicas y climáticas del cultivo de secano en España; lo que en ningún caso podía esperarse era una disminución drástica de su extensión, y menos aún la supresión de las tierras en descanso. No es de extrañar que a finales del siglo pasado y a principios del XX se planteara una polémica entre quienes sostenían que la pervivencia de la práctica del barbecho era expresión de un sistema de cultivo propio de países atrasados y los que defendían el barbecho como el método que mejor se adaptaba al cultivo de los cereales en un país caracterizado por la escasez de precipitaciones como es España. Mientras los primeros proponían como modelo de desarrollo agrario el inspirado en la agricultura de los países del Norte de Europa, es decir, en la agricultura de los países húmedos, los segundos reconocían la utilidad del descanso en las tierras labrantías para eliminar plantas nocivas de los cultivos, como el medio de reponer los nutrientes extraídos por las plantas, pero, sobre todo, como la forma de conservar y aumentar la humedad de la tierra en las zonas secas.  Una labor profunda, el empleo de especies vegetales y de ganados resistentes a la aridez y un buen conocimiento del ciclo anual de temperaturas y de lluvias hacían del secano con barbecho el mejor modo de adaptar el tipo de cultivo a las condiciones climáticas de la mayor parte del país para conseguir aumentar los rendimientos. En 1883, el catedrático de agricultura Benito López, refiriéndose a las tierras castellanas, recomienda que, dada la sequedad del clima («el verdadero obstáculo de la agricultura castellana»), tiene que seguir predominando el cultivo extensivo llamado de «año y vez», pero puede restringuirse algo el barbecho, alternando los cereales con algunas legumbres poco exigentes en humedad. Y unas décadas después, otro ingeniero agrónomo denunciaba que desde algunos organismos oficiales todavía se aconsejase a los labradores intensificar el cultivo, sin recordar que «nuestros campos se mueren de sed» y que con su enorme escasez de humedad, fracasaban los procedimientos ideados en otros países. Esta última postura terminó por imponerse, al ser adoptada por la mayoría de los ingenieros agrónomos y de los economistas, que como Flores de Lemus es tajante al afirmar que «es falso, radicalmente falso, que la extensión del barbecho sea una expresión de [...] retraso». Y más adelante, concluye que «el barbecho bienal o trienal es, en el estado actual de la técnica, el cultivo más racional».

La productividad de la tierra en su conjunto

La necesidad de conocer la tendencia de la productividad media de la tierra, no solo por cultivos  ndividuales, sino también en su conjunto, nos ha conducido a calcular esta productividad de una forma más general en términos agregados, tanto para la superficie sembrada como para la cultivada entre 1751/53 y 1930/35. Esta productividad media en términos agregados se ha calculado mediante un doble  procedimiento: primero, se han traducido a calorías las producciones por hectárea de los diferentes cultivos (cereales, leguminosas, vino y aceite de oliva); en segundo lugar, y con el mismo fin, se han convertido a dinero constante la producción por unidad de superficie de los distintos productos. En el primero de los casos, las productividades medias provinciales en calorías de los años 1751/53 y 1818/20 se han estimado a partir de los datos de los pueblos correspondientes a cada provincia de la muestra. Para ello se han sumado los resultados de multiplicar las productividades medias de cada cultivo en uno de los pueblos por la cantidad de calorías por quintal métrico y por la superficie sembrada para ese mismo cultivo en el año 1818/20, dividido entre la suma total de las superficies sembradas y cultivadas de los pueblos de la misma provincia en 1818/20.

Cuadro I.4
 Para los años 1903/12, 1920/25 y 1930/35 las productividades medias provinciales se han calculado como resultado de la suma de multiplicar la productividad media de cada cultivo por el número de calorías por quintal métrico y, a su vez, por las hectáreas sembradas de cada cultivo divididas por el total de la superficie sembrada. En el caso de las superficies cultivadas, el sumatorio se ha dividido entre las tierras sembradas más el barbecho y el erial temporal de cada provincia. Para la obtención de la media nacional en los cinco años considerados, hemos tomado los sumatorios provinciales de todos los cultivos, después de multiplicar sus productividades en calorías por la superficie sembrada de esos cultivos en 1918/22, que nos sirven como años de ponderación, y los hemos dividido entre la suma de las superficies sembradas y cultivadas de estas provincias en los años 1918/22 (cuadro I.4). En el caso de la productividad media de la tierra agregada en dinero, el método de estimación ha sido exactamente el mismo que el empleado para la agregación en calorías.  Para eliminar los efectos de la inflación sobre nuestra serie se han utilizado los precios medios provinciales de los productos agrícolas del período 1918/22 para traducir a dinero las productividades de todos los años. Con el fin de evitar el posible sesgo inherente al empleo de precios de un período determinado, el ejercicio se ha repetido, pero en esta ocasión con los precios medios provinciales de los productos agrícolas de un período inicial de la serie como son los años 1813/17 (cuadro I.5).

Cuadro I.5
Este procedimiento para medir la evolución de la productividad de la tierra también tiene defectos. Por razones parecidas a las señaladas en el cálculo de la productividad física de un cultivo concreto, si se producen cambios a lo largo del tiempo en cuanto a la importancia de los distintos productos en la producción agrícola española, la utilización de superficies y precios estables implica sesgos. Sin embargo, el signo de ese sesgo no está claro: al convertir las productividades físicas de cada producto en dinero, a precios de los años finales, penalizamos a los cultivos que han experimentado un crecimiento más acelerado en su productividad (en la medida en que sea un crecimiento más rápido en la productividad el que explique el descenso en el precio) y, por lo tanto, sesgamos a la baja la tendencia de la serie; pero, por otro lado, al usar como ponderaciones las superficies de los años finales, primamos a los productos cuyo cultivo más se haya extendido.  En la medida en que esa ampliación del cultivo venga explicada por mayores progresos en la productividad de la tierra dedicada a esos productos, sesgamos la tendencia al alza. Una vez más, el saldo final de estos dos sesgos es incierto, y probablemente de escasa cuantía. En el cuadro I.6 se exponen los resultados de calcular la productividad media de la tierra de forma agregada, tanto en calorías como en valor, debiendo resaltar el alto grado de convergencia de los resultados alcanzados por las dos medidas agregadas. La primera conclusión que se extrae sobre la evolución a largo plazo de la productividad media de la tierra es la marcada tendencia al estancamiento que manifiestan los rendimientos entre 1751/53 y 1818/20, ya se midan en las tierras sembradas o en las cultivadas. Pero el hecho más destacado es el importante crecimiento de la productividad media de la tierra que tiene lugar desde 1818/20 hasta 1903/12: en las superficies sembradas este incremento se mueve entre el 74 % medido en calorías por hectárea y el 73 % medido en pesetas de 1918/22 por hectárea, y en las superficies cultivadas, el aumento es aún mayor, al duplicarse en el período 1903/12 los rendimientos obtenidos en los años 1818/20.  Por último, durante el primer tercio del siglo XX el crecimiento de la productividad media de la tierra es mucho menor, al situarse en porcentajes que van del 8 % al 12 % en las superficies sembradas y del 14 % al 20 % en las cultivadas entre 1903/12 y 1930/35, con una subida un poco superior en ambos casos para el período 1920/25.

Cuadro I.6
La productividad de la tierra en España, 1818/20-1930/35. Una estimación por la vía de los precios

Si la vía de las cantidades nos permite calcular la productividad media de un factor, el precio en alquiler de ese factor nos indica la productividad marginal del mismo en valor, suponiendo que funcionen los mercados competitivos y la maximización de los beneficios. De la propia definición de producto o productividad marginal en valor se deduce que el cociente entre el precio del factor y el precio del producto nos da como resultado la productividad marginal física de ese factor.
En función de lo dicho, hemos estructurado este apartado en tres epígrafes. En el primero, se ha tratado de reconstruir una serie larga sobre el precio de los arrendamientos de la tierra, tomando para ello el sustituto que indica la teoría económica para los valores de tendencia de esta variable, y que no es otra que el precio de mercado de la tierra. El segundo está dedicado a la realización de un índice de precios de productos agrícolas, para, a continuación, en el último epígrafe, estar en condiciones de estimar un nuevo índice de la productividad de la tierra, pero, en esta ocasión, por la vía del precio del factor.

Por Miguel Ángel Bringas Gutiérrez en 'LA PRODUCTIVIDAD DE LOS FACTORES EN LA AGRICULTURA ESPAÑOLA (1752-1935), Estudios de Historia Económica, nº 39, p.22-39. Servicio de Estudios, Imprenta del Banco de España, 2000, Madrid. Adaptacion y ilustracion por Leopoldo Costa

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