La productividad de la tierra en los principales cultivos
Con estas fuentes se ha reconstruido la tendencia a largo plazo de la productividad media de la tierra, tanto de las superficies sembradas como de las cultivadas, entre los siglos XVIII al XX, tomando para ello, no las cifras anuales, sino los valores medios de los años 1751/53, 1818/20, 1903/12, 1920/25 y 1930/35. El primer paso ha consistido en calcular la productividad media de los cultivos más importantes. Para 1818/20, hemos calculado las medias provinciales a partir de las medias de los 254 pueblos que nos sirven de muestra y para los cuales hemos localizado su Cuaderno general de la riqueza. Estas medias provinciales han sido estimadas como medias ponderadas, multiplicando la productividad media de cada cultivo por la superficie dedicada a ese cultivo en cada pueblo, sumando, y dividiendo por la suma de las superficies en los pueblos. Para 1751/53, las medias provinciales se han calculado con el mismo procedimiento.
De esta forma, las productividades medias de los distintos cultivos en cada pueblo se han multiplicado por las superficies destinadas a esos mismos cultivos en 1818/20. Para los años 1903/12, 1920/25 y 1930/35, el cálculo de las productividades medias de estos cultivos en las 20 provincias de la muestra resulta mucho más simple, ya que la propia fuente nos facilita toda la información que necesitamos. A continuación, y una vez calculadas las medias provinciales, se ha procedido a calcular las medias nacionales ponderadas a partir de las provinciales para los principales cultivos. Para ello, se han multiplicado las productividades provinciales de los años 1751/53, 1818/20, 1903/12, 1920/25 y 1930/35 por las superficies ocupadas por esos cultivos en cada una de las provincias durante el período 1918/22. En el caso de los años posteriores a 1903, también se han calculado las productividades medias con los datos de todas las provincias españolas. Las pequeñas diferencias entre estas cifras y las productividades medias de las 20 provincias de la muestra indican la representatividad de los datos referidos al siglo XX. El método seguido para estimar las productividades medias nacionales presenta algunas deficiencias, que debemos señalar. Por un lado, se puede aducir que no todas las regiones están representadas de igual manera, lo que sin duda puede introducir algún sesgo territorial a la muestra, especialmente en beneficio de Castilla y Andalucía; aunque son también estas dos regiones las que tienen un mayor peso en la agricultura española. Por otro, la carencia de datos sobre la distribución por cultivos de las superficies agrícolas provinciales con anterioridad al siglo XX nos ha obligado a ponderar las productividades medias provinciales de 1751/53 y 1818/20 con datos de las primeras décadas del siglo XX. La utilización de esta ponderación fija para un período tan largo ocasiona que no refleje adecuadamente los cambios ocurridos en el tamaño de las superficies dedicadas a cada uno de los cultivos en las distintas provincias. Por ello, la media nacional que obtenemos con esta ponderación fija se aparta de la que obtendríamos empleando ponderaciones móviles. ¿Pero en qué sentido se habría apartado? Por un lado, al utilizar ponderaciones fijas, ignoramos el proceso de especialización regional y sesgamos a la baja el crecimiento de la productividad. Y por otro, empleando ponderaciones tomadas de los años finales, tendemos a primar a aquellas provincias en las cuales la productividad había crecido con más rapidez, introduciendo por tanto un sesgo al alza en el crecimiento estimado. Así pues, lo único que se puede decir es que uno y otro se compensan parcialmente, y el saldo final resultante queda indeterminado, pero la diferencia no debe ser muy grande. Todas las operaciones descritas han dado como fruto las cifras del cuadro I.1, que pasamos a comentar a continuación. Las conclusiones que se extraen de la lectura del cuadro I.1 sobre la tendencia a largo plazo de la productividad media de los productos agrícolas más importantes en las tierras sembradas de 1751/53 a 1930/35 se pueden resumir señalando la existencia de tres grandes etapas: una primera, de estancamiento de los rendimientos entre 1751/53 y 1818/20; una segunda, de crecimiento entre 1818/20 y 1903/12; y una tercera, de crecimiento más lento de la productividad media, de 1903/12 a 1930/35. Pero analicemos con más detenimiento la evolución de estos cultivos en cada una de las tres etapas apuntadas.
Cuadro I.1 |
Para la segunda mitad del siglo XVIII, disponemos de los datos de algunas contabilidades agrícolas, según las cuales las viñas en plena producción daban una cosecha de 15 a 16 hl/ha entre 1759 y 1790, de 15,7 hl/ha en 1762 y 1773, y para el período 1775-1804, 16,3 hl/ha. A mediados del XIX, estas cifras todavía permanecían estables y los rendimientos medios del viñedo se movían entre los 13,1 y los 15 hl/ha.
En Castilla, García Sanz no aprecia «ningún cambio significativo en el nivel de los rendimientos» a lo largo del siglo XVIII. Sirviéndose de los libros de cuentas de una granja de la provincia de Segovia, precisa sus productividades para el período 1739-1767 en 5,3 qm/ha para el trigo, 13,7 qm/ha para la cebada, 2 qm/ha para el centeno y 6,4 qm/ha de media para los cereales. Al mismo resultado llegan Brumont, a propósito de una finca burgalesa entre 1630 y 1835, y Gonzalo Anes, después de analizar algunas explotaciones agrícolas de Madrid, donde se produce «un estancamiento de los rendimientos por unidad de superficie y por fanega sembrada», como lo demuestra el que el trigo fluctúe entre 8,1 y 8,9 qm/ha desde 1768/77 a 1788/95. El mismo resultado se obtiene al comparar las noticias que proporciona Donézar sobre los partidos judiciales que formaban parte de la antigua provincia de Toledo en 1752 (4,1 qm/ha de trigo y 4,5 qm/ha para los cereales) y las estimaciones que sobre superficie y producción de los cereales, el viñedo y el olivar de los distintos partidos de Toledo realizó el intendente de esta provincia en 1818 (4,3 qm/ha de trigo y 4,9 qm/ha para los cereales), para rectificar los datos de las relaciones de cosechas que ese mismo año habían presentado las Juntas de Partido. A Llopis Agelán, que estudia la economía monástica de finales del Antiguo Régimen en Extremadura, no le cabe ninguna duda de que, aparte de ser baja, «la productividad agrícola de las granjas del monasterio [de Guadalupe] no experimentó el más mínimo avance a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII». Los cinco cortijos de la campiña cordobesa investigados por Ponsot desde el siglo XVIII hasta el XIX lo ratifican, y este autor niega que se hubiera producido una revolución agrícola en el campo andaluz antes de mediados del siglo XIX (de 1701/50 a 1801/40, 4,5 y 6,6 qm/ha hasta 4 y 6,4 qm/ha para el trigo y la cebada, respectivamente). A igual conclusión llega el mismo Ponsot analizando los rendimientos de 14 grandes propiedades del cabildo de la catedral de Córdoba, cuya superficie total cambia entre los siglos XVII y XIX de 4.349 a 5.605 hectáreas, y en las cuales no se produjo ninguna innovación técnica importante durante el Antiguo Régimen: de 2,5 y 2,6 qm/ha en 1611/17 a 3,6 y 5,8 qm/ha en 1830/36 para el trigo y la cebada. Y Gámez Amián, con los datos de dos fincas de los jesuitas en el pueblo granadino de Ambros, asegura que no se produjo ningún incremento en los rendimientos durante los años 1726 a 1746. Así lo evidencian otras dos localidades andaluzas, como Écija (trigo 4 qm/ha, cebada 3,3 qm/ha y olivar 1,4 hl/ha) y las tierras del marquesado cordobés de Priego (trigo 5,6 qm/ha, cebada 5,2 qm/ha y olivar 1-2 hl/ha) en 1752, o el Aljarafe sevillano en 1761, donde los cereales consiguen una productividad media de 5,2 qm/ha. Fuera de la Península tampoco se detectan progresos en las técnicas agrícolas, o esto es al menos lo que defienden Núñez Pestano, para quien «el aumento de los rendimientos de los cultivos resulta inviable» en Tenerife de 1796 a 1830, y Juan Vidal, cuando comprueba que «los rendimientos reales no aumentaron en el transcurso del siglo XVIII» en Mallorca. La segunda conclusión que hemos avanzado anteriormente, a la vista de los datos del cuadro I.2, hace referencia al crecimiento que experimenta la productividad media de las superficies sembradas en España a lo largo del siglo XIX. Mientras que el trigo y la cebada aumentan su productividad entre 1818/20 y 1903/12 en un 84 %, de 4,9 a 9 qm/ha para el trigo y de 6,2 a 11,5 qm/ha para la cebada, el resto de los cereales lo hacían en mayor proporción, al multiplicar el centeno su rendimiento por 2,26 pasando de 3,4 a 7,7 qm/ha, y al hacerlo la avena en una cuantía algo inferior (de 3,9 a 7,7 qm/ha). Por su parte, el maíz incrementa su rendimiento en un 54 %, lo que equivale a que de los 9,2 qm/ha en 1818/20, se llega a los 14,2 qm/ha en 1903/12. Al lado de este crecimiento del 86 % para la totalidad de los cereales, las leguminosas crecen un 75 % en sus rendimientos, de 3,6 a 6,3 qm/ha, entre 1818/20 y 1903/12. Entre las legumbres, las que menos aumentan su productividad son las habas, con el 29 %; en un grupo intermedio se sitúan los garbanzos, los guisantes, las algarrobas, las almortas y los yeros, con crecimiento entre el 44 % y el 56 %, y por encima de estos se encuentran las judías y los alverjones, con el 127 % y el 131 % de incremento. En cuanto a los viñedos y los olivares, los primeros duplican su productividad media desde los 6,3 de 1818/20 a los 13,2 hectolitros de vino por hectárea en 1903/12; en cambio, el aceite de oliva es el único producto agrícola importante que no sufre cambios notables en su producción media por hectárea desde 1751/53 a la primera década del siglo XX. Pocos datos tenemos para analizar con detalle la productividad por regiones, pero todo apunta a un crecimiento diferenciado, aumentando en la zona mediterránea (Cataluña y Valencia) a un ritmo mayor que en Castilla y Andalucía, las cuales crecían a la par que la media nacional. Al mismo tiempo, se produce el proceso de especialización agrícola, en el que los viñedos catalanes superan los rendimientos medios del resto del país, con la excepción de algunas comarcas gaditanas y sevillanas. Los olivares andaluces ya habían consolidado su producción y, sobre todo, la calidad de sus aceites, y las tierras castellanas imponen la productividad de sus cereales panificables y forrajeros al conjunto de la agricultura española. Frente a este panorama de crecimiento generalizado de la productividad media de las superficies sembradas, menos en el caso de los campos de olivos, el primer tercio del siglo XX se caracteriza por ser una etapa en la cual los rendimientos progresan a un ritmo más lento que en la etapa anterior. Así, los cereales de 1930/35 elevan su productividad en un 7 % con respecto a los de 1903/12, desde los 9,7 a los 10,4 qm/ha; las leguminosas conservan el mismo nivel de rendimientos; el vino aumenta el suyo en un 13 % (de 13,2 hl/ha a 14,9 hl/ha), y el aceite es el producto que experimenta un mayor crecimiento de su productividad, en concreto, del 31 %, desde los 1,3 hl/ha en 1903/12 a los 1,7 hl/ha en 1930/35. El cálculo de las productividades medias para las superficies cultivadas presenta mayores problemas, ya que desconocemos la parte del barbecho (tierra labrada pero no sembrada durante un año agrícola) y del erial temporal (terreno que no se siembra ni se labra en ese año, pero sí en los sucesivos) que debemos imputar a cada cultivo. Y por tanto, no podemos estimar su productividad. Sí, en cambio, conocemos la superficie cultivada (superficie sembrada más barbecho y erial temporal) del «sistema cereal», término usado por los ingenieros de la Junta Consultiva Agronómica para designar la producción conjunta de cereales y leguminosas.
Esta es una noción tosca e incompleta, ya que deja fuera el viñedo y el olivar, pero que nos sirve para calcular la productividad media de los cereales y las leguminosas conjuntamente en las superficies cultivadas. La información de los Cuadernos generales de la riqueza ha hecho posible calcular esta productividad media para 210 pueblos de 15 provincias en 1818/20. Y para estos pueblos, en 1751/53, se ha dividido la producción estimada del sistema cereal entre la superficie cultivada. A partir de estos datos se han calculado las medias provinciales de 1751/53 y de 1818/20, ponderando la productividad media de cada uno de los pueblos por la superficie cultivada en esos pueblos en 1818/20. Para 1903/12, 1920/25 y 1930/35 las cifras provinciales provienen de las estadísticas elaboradas principalmente por la Junta Consultiva Agronómica y recopiladas por el GEHR. Finalmente, de estas medias ponderadas se ha pasado a la media nacional multiplicando las productividades provinciales de los años 1751/53, 1818/20, 1903/12, 1920/25 y 1930/35 por las superficies cultivadas en cada provincia durante el período 1918/22. De igual forma se ha procedido, pero esta vez con las superficies sembradas de cereales y leguminosas, para calcular su productividad media (cuadro I.2). Las mismas deficiencias que hemos apuntado más arriba sobre el método de ponderación aplicado para estimar las productividades medias nacionales para cultivos concretos se pueden atribuir a las del sistema cereal. Confiemos, no obstante, que los signos de los sesgos se contrarresten y que su diferencia sea pequeña. La evolución a largo plazo del sistema cereal permite constatar también cómo la productividad media por hectárea cultivada se mantuvo estancada durante la segunda mitad del siglo XVIII en unos niveles que no sobrepasaron los 2,5 qm/ha en las superficies cultivadas y el doble en las sembradas (4,8 qm/ha en 1751/53 y 5,1 qm/ha en 1818/20), debido al sistema de cultivo dominante en España. Este no era otro que el de «año y vez», que suponía dejar sin sembrar aproximadamente el 50 % de las tierras dedicadas a los cereales y las leguminosas, debido a las limitaciones climáticas y a las deficiencias técnicas en su cultivo.
Cuadro I.2 |
Para calcular los porcentajes provinciales hemos agregado las superficies del barbecho de los diferentes pueblos pertenecientes a la misma provincia y los hemos dividido entre la tierra cultivada, en un caso, de cereales y leguminosas, y en el otro, sistema cereal más viñedo y olivar. Con igual procedimiento se han calculado los porcentajes nacionales. Para los años 1886/90, 1903/12, 1922 y 1930/35 los datos de las provincias incluidas en la muestra los hemos tomado, de las estadísticas oficiales, y a partir de ellos hemos estimado con el método anterior las cifras nacionales.
Cuadro I.3 |
El retroceso del barbecho y el erial temporal va en aumento a medida que avanza el primer tercio del siglo XX: se cifra en el 12 % desde a 1818/20 a 1922, y en el 14 % desde 1818/20 a 1930/35, y si consideramos el período de 1903/12 a 1930/35, la reducción es del 6 %, casi equivalente a la experimentada durante el siglo XIX. Estos porcentajes concuerdan aproximadamente con los estimados en 1914 por Flores de Lemus, quien aseguraba que «en los últimos lustros, España ha reducido sus barbechos en un 10 %», proceso que avanzará con lentitud durante el presente siglo. Con respecto a la totalidad de fras nacionales. Aunque la muestra no es muy amplia, sí creemos que puede ser orientativa de la evolución general del barbecho durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX (cuadro I.3). De ser ciertos estos datos, del cuadro I.3 se deduce que a lo largo del siglo XIX tuvo lugar una reducción de las tierras en barbecho que podemos evaluar en un 7 % desde 1818/20 hasta el quinquenio 1886/90, y del 8 % si la fecha final es 1903/12. Descenso que en opinión de Gonzalo Anes comienza a sentirse a mediados de siglo, cuando se realizan transformaciones en la organización de los cultivos, al cambiar en determinadas comarcas el ritmo de aprovechamiento de la tierra «mediante una disminución del ritmo de espera en la labranza de las barbecheras ». Esta opinión ha sido reafirmada por algunos estudios de carácter local y provincial. El retroceso del barbecho y el erial temporal va en aumento a medida que avanza el primer tercio del siglo XX: se cifra en el 12 % desde a 1818/20 a 1922, y en el 14 % desde 1818/20 a 1930/35, y si consideramos el período de 1903/12 a 1930/35, la reducción es del 6 %, casi equivalente a la experimentada durante el siglo XIX. Estos porcentajes concuerdan aproximadamente con los estimados en 1914 por Flores de Lemus, quien aseguraba que «en los últimos lustros, España ha reducido sus barbechos en un 10 %», proceso que avanzará con lentitud durante el presente siglo. Con respecto a la totalidad de hectáreas cultivadas de cereales, leguminosas, viñedo y olivar, la superficie en barbecho disminuye con mayor rapidez (un 12 % entre 1818/20 y 1903/12 y un 16 % entre 1818/20 y 1930/35), debido al mayor aumento relativo de las tierras plantadas de vides y olivos con relación al sistema cereal. Esta reducción de las superficies ocupadas por el barbecho y el erial temporal es, sin duda, significativa y ayuda a explicar una parte del aumento de las cosechas como consecuencia de la ampliación de la superficie sembrada y de la elevación de la producción por hectárea al perfeccionarse los medios de explotar la tierra. Se podría objetar que la disminución del 16 % al 14 % de las tierras destinadas al barbecho y al erial temporal en poco más de un siglo no era un signo claro de progreso, sino más bien una señal de la lentitud con que se efectuaron los cambios en la agricultura española de secano. Pero estos pequeños porcentajes ofrecen, por el contrario, una idea más próxima a las posibilidades reales de reducción del barbecho, dadas las características edafológicas y climáticas del cultivo de secano en España; lo que en ningún caso podía esperarse era una disminución drástica de su extensión, y menos aún la supresión de las tierras en descanso. No es de extrañar que a finales del siglo pasado y a principios del XX se planteara una polémica entre quienes sostenían que la pervivencia de la práctica del barbecho era expresión de un sistema de cultivo propio de países atrasados y los que defendían el barbecho como el método que mejor se adaptaba al cultivo de los cereales en un país caracterizado por la escasez de precipitaciones como es España. Mientras los primeros proponían como modelo de desarrollo agrario el inspirado en la agricultura de los países del Norte de Europa, es decir, en la agricultura de los países húmedos, los segundos reconocían la utilidad del descanso en las tierras labrantías para eliminar plantas nocivas de los cultivos, como el medio de reponer los nutrientes extraídos por las plantas, pero, sobre todo, como la forma de conservar y aumentar la humedad de la tierra en las zonas secas. Una labor profunda, el empleo de especies vegetales y de ganados resistentes a la aridez y un buen conocimiento del ciclo anual de temperaturas y de lluvias hacían del secano con barbecho el mejor modo de adaptar el tipo de cultivo a las condiciones climáticas de la mayor parte del país para conseguir aumentar los rendimientos. En 1883, el catedrático de agricultura Benito López, refiriéndose a las tierras castellanas, recomienda que, dada la sequedad del clima («el verdadero obstáculo de la agricultura castellana»), tiene que seguir predominando el cultivo extensivo llamado de «año y vez», pero puede restringuirse algo el barbecho, alternando los cereales con algunas legumbres poco exigentes en humedad. Y unas décadas después, otro ingeniero agrónomo denunciaba que desde algunos organismos oficiales todavía se aconsejase a los labradores intensificar el cultivo, sin recordar que «nuestros campos se mueren de sed» y que con su enorme escasez de humedad, fracasaban los procedimientos ideados en otros países. Esta última postura terminó por imponerse, al ser adoptada por la mayoría de los ingenieros agrónomos y de los economistas, que como Flores de Lemus es tajante al afirmar que «es falso, radicalmente falso, que la extensión del barbecho sea una expresión de [...] retraso». Y más adelante, concluye que «el barbecho bienal o trienal es, en el estado actual de la técnica, el cultivo más racional».
La productividad de la tierra en su conjunto
La necesidad de conocer la tendencia de la productividad media de la tierra, no solo por cultivos ndividuales, sino también en su conjunto, nos ha conducido a calcular esta productividad de una forma más general en términos agregados, tanto para la superficie sembrada como para la cultivada entre 1751/53 y 1930/35. Esta productividad media en términos agregados se ha calculado mediante un doble procedimiento: primero, se han traducido a calorías las producciones por hectárea de los diferentes cultivos (cereales, leguminosas, vino y aceite de oliva); en segundo lugar, y con el mismo fin, se han convertido a dinero constante la producción por unidad de superficie de los distintos productos. En el primero de los casos, las productividades medias provinciales en calorías de los años 1751/53 y 1818/20 se han estimado a partir de los datos de los pueblos correspondientes a cada provincia de la muestra. Para ello se han sumado los resultados de multiplicar las productividades medias de cada cultivo en uno de los pueblos por la cantidad de calorías por quintal métrico y por la superficie sembrada para ese mismo cultivo en el año 1818/20, dividido entre la suma total de las superficies sembradas y cultivadas de los pueblos de la misma provincia en 1818/20.
Cuadro I.4 |
Cuadro I.5 |
Cuadro I.6 |
Si la vía de las cantidades nos permite calcular la productividad media de un factor, el precio en alquiler de ese factor nos indica la productividad marginal del mismo en valor, suponiendo que funcionen los mercados competitivos y la maximización de los beneficios. De la propia definición de producto o productividad marginal en valor se deduce que el cociente entre el precio del factor y el precio del producto nos da como resultado la productividad marginal física de ese factor.
En función de lo dicho, hemos estructurado este apartado en tres epígrafes. En el primero, se ha tratado de reconstruir una serie larga sobre el precio de los arrendamientos de la tierra, tomando para ello el sustituto que indica la teoría económica para los valores de tendencia de esta variable, y que no es otra que el precio de mercado de la tierra. El segundo está dedicado a la realización de un índice de precios de productos agrícolas, para, a continuación, en el último epígrafe, estar en condiciones de estimar un nuevo índice de la productividad de la tierra, pero, en esta ocasión, por la vía del precio del factor.
Por Miguel Ángel Bringas Gutiérrez en 'LA PRODUCTIVIDAD DE LOS FACTORES EN LA AGRICULTURA ESPAÑOLA (1752-1935), Estudios de Historia Económica, nº 39, p.22-39. Servicio de Estudios, Imprenta del Banco de España, 2000, Madrid. Adaptacion y ilustracion por Leopoldo Costa
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