2.07.2018

EL ANTIJUDAÍSMO EN LA IGLESIA DE LOS SIGLOS II AL IV



La hostilidad creciente contra los judíos en tiempos del cristianismo primitivo se observa en los escritos de iospatres aevi apostolici, es decir, de los padres apostólicos, designación ésta creada por la patrística del siglo XVII para referirse a los autores que vivieron poco después que los apóstoles: “Cuando la tierra todavía estaba caliente de la sangre de Cristo”, según la expresión de san Jerónimo.

De ellos sólo conocemos bien a uno, Ignacio, obispo de Antioquia de Siria, que escribió, a comienzos del siglo II, varias epístolas contra los judíos. “Cuando alguien venga a predicaros de cosas de judíos, no le escuchéis”, exhorta Ignacio, porque las doctrinas del judaísmo son “falsas y erróneas”, “astucias”, “consejos de viejos, que de nada sirven”, “falacias que son como columnas funerarias y cámaras sepulcrales”. Los judíos “no han recibido la gracia”, al contrario, persiguieron a los “profetas inspirados por el Señor”. “Apartad de vosotros la levadura que se ha corrompido...”.195

Toda la literatura cristiana, siguiendo la línea que empieza a marcar el Nuevo Testamento, vilipendia a los judíos llamándolos asesinos de profetas..., como si aquéllos no se hubieran dedicado a otra cosa; sin embargo, de los numerosos profetas citados en el Antiguo Testamento, sólo dos fueron efectivamente asesinados,196 mientras que Elías, según la Biblia, hizo degollar a 450 sacerdotes de Baal.

La carta de Bernabé, originaria de Siria hacia el año 130, muy apreciada por la Iglesia antigua y que figuró durante algún tiempo entre los textos de lectura obligada, les niega a los judíos sus Sagradas Escrituras diciendo que no las entienden, “porque se dejan persuadir por el ángel del mal”. En cambio, el autor de la epístola, un pagano converso y visiblemente iluminado, ofrece pruebas de una comprensión muy superior. Al glosar, por ejemplo, la prohibición de comer carne de liebre, explica que va contra la pederastia y similares, porque la liebre renueva el ano todas las temporadas y “tiene tantos orificios cuantos años ha vivido”. Tampoco quiere admitir el desconocido autor que los judíos tengan algún tipo de alianza con el Señor, puesto que se hicieron indignos de ello “a causa de sus prevaricaciones”. Al fin y al cabo, Cristo vino al mundo “para que fuese colmada la medida de los pecados de quienes habían perseguido a sus profetas hasta la muerte", por lo que Jerusaén e Israel estaban condenados a desparecer"

San Justino, importante filósofo del siglo II, se manifiesta (lo mismo que Tertuliano, Atanasio y otros) muy complacido con la terrible destrucción de Palestina a manos de los romanos, la ruina de sus ciudades y la quema de sus habitantes. Todo ello lo juzga el santo como un castigo del cielo, “lo que os ha sucedido, bien empleado os está [...], hijos desnaturalizados, ralea criminal, hijos de ramera”. Y no acaban ahí las invectivas del “suavísimo Justino” (Harnack), cuya fiesta figura adscrita al 14 de abril por disposición de León XIII (fallecido en 1903); dicho santo dedica muchos otros epítetos a los judíos: los llama enfermos de alma, degenerados, ciegos, cojos, idólatras, hijos de puta y sacos de maldad. Afirma que no hay agua suficiente en los mares para limpiarlos.

Este hombre, que según el exégeta Eusebio vivió “al servicio de la verdad” y murió “por anunciar la verdad”, afirma que los judíos son culpables de todas las “injusticias que cometen todos los demás hombres”, calumnia en la que no cayó ni siquiera Streicher, el propagandista de Hitler. Sin embargo, vemos que el prior benedictino Gross no dice ni una sola palabra acerca del antijudaísmo de Justino en el correspondiente artículo del 'Lexikonfür Theologie und Kirche', de 1960. En cambio, el mismo autor figura en un libro de texto, la Historia de la Iglesia antigua de 1970, como “personaje ejemplar”.198

A finales del siglo II, Melitón de Sardes (poco después colocado por su colega Polícrates de Éfeso entre las grandes estrellas de la Iglesia en el Asia Menor) escribe un sermón terrible. Una y otra vez fustiga la “ingratitud” de los judíos, y lanza de nuevo “la terrible acusación del deicidio [...] entendido como una culpa hereditaria” (según el católico Frank).

"Israel nación ingrata...,
tesoros de gracia recibiste
y los pagaste con negra ingratitud,
devolviendo mal por bien,
tribulaciones por alegría,
¡muerte por vida!
Tú debías morir en su lugar."

Mas no fue así, truena la voz del predicador “universalmente reconocido como uno de los profetas que recibieron aún los últimos fulgores del cristianismo primitivo” (Quasten), conservada en un papiro manuscrito cuyo contenido no fue publicado hasta 1940:

¡Mataste a Nuestro Señor en medio de Jerusalén! Oídlo todas las generaciones y véalo: “Se ha cometido un crimen inaudito”...199

A comienzos del siglo III, el obispo romano Hipólito, discípulo de san Ireneo y padre de la “católica Iglesia primitiva”, redactó un panfleto venenoso, Contra los judíos, llamados “esclavos de las naciones”, y pide que la servidumbre de este pueblo dure, no setenta años como el cautiverio de Babilonia, no cuatrocientos treinta años como en Egipto, sino “por toda la eternidad”. San Cipriano, que fue un hombre muy rico, rector y obispo de Cartago en el año 248 después de divorciarse de su mujer, se dedicó a coleccionar aforismos antijudíos y suministró así munición a todos los antisemitas cristianos de la Edad Media. Según las enseñanzas de este célebre mártir, caracterizado por su “indulgencia y cordial hombría de bien” (Erhard), los judíos “tienen por padre al diablo”; exactamente lo mismo que decían los rótulos de los escaparates en la redacción del Stürmer, el periódico de agitación de las SS hitlerianas.

El gran autor Tertuliano dice que las sinagogas son “las fuentes de la persecución” (fontes persecutionum), olvidando que los judíos no intervinieron en las persecuciones de los siglos II, III y IV contra los cristianos. Lógico, porque tales reproches pertenecen al repertorio habitual de la comunicación entre religiones, basada en la calumnia mutua. Tertuliano también nos hace saber que los judíos no van al cielo, que ni siquiera tienen nada que ver con el Dios de los cristianos, y afirma: “Aunque Israel se lavase todos los miembros a diario, jamás llegaría a purificarse”. Incluso el noble Orígenes, pronto clasificado entre los herejes, opina que las doctrinas de los judíos de su época no son más que fábulas y palabras hueras; a sus antepasados les reprocha, una vez más, “el crimen más abominable” contra “el Salvador del género humano [...]. Por eso era necesario que fuese destruida la ciudad donde Jesús padeció, y que el pueblo judío fuese expulsado de su patria”. En la epístola de Diogneto, autor cuyo nivel intelectual y dominio de la lengua tiene en mucha estima la teología actual, hallamos asimismo las burlas usuales contra las costumbres de los judíos y la caracterización de éstos como estúpidos, supersticiosos, hipócritas, ridículos, impíos; en una palabra, “establece todo un catálogo de vicios judaicos” (C. Schneider).200

Con el aumento del poder del clero en el siglo IV, también creció la virulencia del antijudaísmo, como ha observado el teólogo Harnack. Cada vez es más frecuente que los “padres” se dediquen a escribir panfletos Contra judíos. Algunos de los más antiguos se han perdido; nuestras referencias empiezan con los de Tertuliano (otro que luego se descolgó de la Iglesia oficial), Hipólito de Roma, y una serie de doctores de la Iglesia, desde san Agustín hasta san Isidoro de Sevilla en el siglo vii. Los opúsculos antijudíos se convierten en literatura de género dentro de la Iglesia (Oepke).201

Gregorio Niseno, aun hoy celebrado como gran teólogo, condenó a los judíos en una sola letanía, donde los llama asesinos de Dios y de los profetas, enemigos de Dios, gente que aborrece a Dios, que desprecia la Ley, abogados del diablo, raza blasfema, calumniadores, ralea de fariseos, pecadores, lapidadores, enemigos de la honradez, asamblea de Satán, etcétera. “Ni siquiera Hitler formuló contra los judíos más acusaciones en menos palabras que el santo y obispo de hace mil seiscientos años”, alaban unos “católicos estrictos” en un panfleto de varios cientos de páginas..., contemporáneo del Concilio Vaticano II, por cierto.202

San Atanasio, “una de las figuras más importantes de la historia de la Iglesia”, un “emisario de la divina Providencia” (Lippl), no sólo atacó durante toda su vida a los paganos, llamándoles “herejes”, sino también a los judíos, cuya “contumacia”, “locura”, “necedad” según él, provienen directamente “del traidor Judas, que era uno de ellos”. “Los judíos han perdido el sendero de la verdad”, “babean de frenesí [...] más que el mismo demonio”, “han recibido el justo castigo de su apostasía, pues además de su ciudad perdieron también el sentido común”.203

En Eusebio, obispo de Cesárea e historiador de la Iglesia, hallamos frecuentes alusiones, no exentas de complacencia, al sino de los judíos, insistiendo en que “en tiempos de Pilatos y con el crimen contra el Salvador comenzó la desgracia de todo el pueblo” que, a partir de entonces, “en la ciudad y en toda Judea no quieren acabar las insurrecciones, las guerras y los atentados” y que, “cuando nuestro Salvador hubo subido al cielo, ellos aumentaron sus culpas con los crímenes inenarrables que cometieron contra sus apóstoles”: lapidación de san Esteban, decapitación de Santiago, “tribulaciones sin cuento” de los demás apóstoles..., “por lo que finalmente cayó el castigo de Dios sobre los judíos, por sus muchas prevaricaciones [...], quedando borrada de la histoira humana, de una vez por todas, esa ralea de impios"204

Todo ello, el giro antijudío de la interpretación teológica de la historia, el triunfo sobre las “iniquidades” de los judíos, su “desgracia sin parangón”, sus “continuas tribulaciones”, su “miseria sin redención posible”, las “hecatombes de judíos” en que “hasta treinta mil de ellos perecieron pisoteados” o “por el hambre y la espada [...] hasta un millón y cien mil judíos”, la satisfacción con que se comentan “las terribles desventuras” de los deicidas, no dejaría de influir en los primeros emperadores cristianos, cuyo favor supo ganarse muy pronto el obispo e influyente consejero Eusebio. No es casual la orientación cada vez más antijudía de las leyes romanas a partir del mismo Constantino.205

Efrén, doctor de la Iglesia y antisemita

San Efrén (306-373), merecedor del más alto título de la Catholica, “cítara del Espíritu Santo”, “mansedumbre”, “hombre de paz en Dios”, fue uno de los más encarnizados enemigos de los judíos de todas las épocas. El, que descendía de una familia cristiana y que ya de niño dio muestras de un carácter ofensivo y brutal, como demostró apedreando durante varias horas la vaca de un pobre hasta matarla, más tarde hizo gala del mismo talante en su polémica contra los judíos. Este profesor de la academia cristiana de Nisibis, en el país de los dos ríos, es decir entre el Tigris y el Eufrates, los apostrofó de canallas y serviles, dementes, servidores del demonio, criminales, sanguinarios incorregibles y “noventa y nueve veces peores que cualquier no judío”. A los “deicidas”, el doctor de la Iglesia prefería contemplarlos como simples asesinos. Este santo antisemita, por otra parte, fue el autor de los cánticos más antiguos de la Iglesia, “el primer cantor de villancicos de la Cristiandad”. Formó un coro de voces femeninas que recorría los templos de toda el Asia Menor interpretando una versión musical de la Historia Sagrada compuesta por él “y que se entendía sin necesidad de mayores explicaciones” (Hümmeler, católico).206

Tampoco hacían falta muchas explicaciones para entender que a san Efrén no le gustaban los judíos. Este autor, cuyos méritos la Iglesia juzgó tan importantes que los conmemoró por duplicado (el 28 de enero la Iglesia oriental, el 18 de junio la occidental), jamás se cansó de comparar la pureza radiante del catolicismo y de los profetas con “la necedad”, “el hedor” y “los asesinatos” del pueblo judío. “Salud a ti, noble Iglesia. Que todos los labios pronuncien tu elogio, tú que eres libre [,..] del hedor de los apestosos judíos”. Según asegura Efrén (cuya proclamación como doctor ecclesiae data de 1920), el pueblo judío “intenta contagiar a los sanos sus antiguas enfermedades; con la cuchilla, el cauterio y la medicina que requerían sus propios males intenta descuartizar los miembros llenos de salud [...]. El esclavo embrutecido intenta colocar sus propias cadenas a los hombres libres”.207

Con insistencia sugiere “el admirable Efrén” (Teodoreto), “el gran clásico de la Iglesia siria” (Altaner, católico) que, si el pueblo judío mató a los profetas y mató también a Dios, ¿qué otros crímenes no cometerá? “Demasiada sangre ha derramado; ya no dejará de hacerlo, sólo que antes mataba en público y ahora asesina en secreto [...] ¡Huye de él [del pueblo judío], desgraciado, porque no ansia otra cosa sino tu muerte y tu sangre! Si quiso que cayera sobre él la sangre de Dios, ¿piensas que temerá derramar la tuya? [...] A Dios clavaron en una cruz [...]; los profetas fueron degollados como corderos [por ellos]. Matarifes se hicieron cuando vinieron médicos a sanarlos. ¡Corre, huye, busca refugio en Cristo, aléjate de esa nación enloquecida! [El Hijo de Dios] visitó a los descendientes de Abrahán, pero los herederos se habían convertido en asesinos”.208

El 'Lexikonfür Theologie una Kirche' (Roma, 1959), recopilado por el teólogo y padre benedictino Edmund Beck, ha dedicado a Efrén un artículo relativamente largo, pero no dice ni media palabra del furioso antisemitismo del santo varón.209

Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia y antisemita

Más furibundo que Efrén en sus ataques contra los “miserables, inútiles judíos”, desde el siglo vi Juan Crisóstomo mereció a pesar de ello, ya que no precisamente por ello, el epíteto de chrysostomos, que significa “boca de oro”; desde el vil se le añadió el predicado de “sello de los padres”, es decir, que su palabra era siempre la última y definitiva.210

En muchos escritos y en ocho largos e incendiarios sermones, de los que prodigaba hacia los años 386 y 387 en su ciudad natal de Antioquia ese predicador de insignificante apariencia, enfermizo, dotado de poca voz pero muy popular (“predicar me sana” decía), pocos crímenes o vicios quedaron pendientes de ser atribuidos a los judíos. (Uno de sus sermones, en el que, para empezar, presumió de haber alcanzado ya su objetivo de confundir a los judíos y taparles la boca, fue tan largo que el orador terminó completamente afónico..., pero reanudó la lucha al día siguiente, fiesta de las expiaciones por cierto.)211

Hijo de un alto oficial y ex jurista, como predicador considera que la función del sermón estriba sobre todo en “reconciliar”, en “consolar”, puesto que las Escrituras en sí solaciones”; pero en lo tocante a los judíos no deja de fustigar “el sentido homicida” de los mismos, su “carácter asesino y sanguinario”. Así como ciertos animales tienen veneno, explica Crisóstomo, “igualmente vosotros y vuestros padres estáis llenos de afán de matar”. En particular, los judíos contemporáneos de Jesús “cometieron los mayores pecados”, estaban “ciegos”, carecían de “escrúpulos de conciencia”, “maestros de iniquidades”, afectados de una “especialísima corrupción del alma”, “parricidas y matricidas”. Ellos “mataron a sus maestros con sus propias manos”, lo mismo que hicieron con Cristo, “crimen capital” ante el que “palidecen todas las demás abominaciones”, y por el que recibirán “un castigo terrible”. Serán “proscritos”, pero no “según las leyes habituales de la historia universal”, sino que será “una venganza del cielo”, una “venganza más insoportable, más terrible que ninguna de las conocidas hasta ahora, sea entre judíos o en otros confines del mundo”.212

El patrón de los predicadores, cuyas obras (dieciocho tomos de la Patrología Graeca de Migne) han merecido en el siglo XX, y por parte del benedictino Crisóstomo Baur, la calificación de “mina inagotable”, “unión perfecta y ejemplar del espíritu cristiano con la belleza helénica en las formas”, dedica a los judíos epítetos tales como diabólicos, peores que los sodomitas, más crueles que las fieras. Contra ellos, cuyos cultos y cuya cultura ejercían precisamente gran influencia sobre los cristianos de Antioquía, lanza reiteradas acusaciones de idolatría, además de tratarlos de estafadores, ladrones, epulones y lujuriosos. Los judíos viven sólo para su barriga, sus instintos y sólo entienden de comer, beber y abrirse las cabezas los unos a los otros. “En su desvergüenza son peores que los cerdos y los cabrones.” O como dice Baur: “Sus sermones suelen ser de estilo dialogante, pero noble y elevado”.

Crisóstomo, cuyos escritos son más difundidos y leídos que los de ningún otro doctor de la Iglesia, difama a los judíos más gravemente que ninguno de sus predecesores; el “más grande hombre de la Iglesia antigua” (Theiner), que se lamentó alguna vez de que “no hay nada más duro de sobrellevar que los insultos”, enseñó que no se debe tener trato con demonios ni con judíos, que éstos no eran mejores que “los puercos y los machos cabríos”, “peores que todos los lobos juntos” y que mataban a sus hijos con sus propias manos; aunque de esto último hubo de retractarse más adelante, y dijo que, aunque ya no acostumbraban matar a sus propios hijos (!), sí habían matado a Cristo y eso era mucho peor. “Los judíos reúnen el coro de los libidinosos, las hordas de mujeres desvergonzadas, y todo ese teatro junto con sus espectadores lo llevan a la sinagoga. Así pues, no hay ninguna diferencia entre la sinagoga y el teatro. Pero la sinagoga es más que un teatro, es una casa de lenocinio, un cubil de bestias inmundas, una madriguera del diablo. Y las sinagogas no son el único refugio de ladrones, mercaderes y demonios, porque lo mismo son las almas de los judíos.” Aconseja a los cristianos que no consulten a médicos judíos, “antes morir”, que se alejen de todos los judíos “como peste y plaga del género humano que son”. Y puesto que los judíos “pecaron contra Dios”, su servidumbre “no conocerá fin”, muy al contrario, “se agravará día tras día”.213

Casi palidece un Streicher en la comparación con este “predicador de la gracia divina” (Baur). Pero incluso después de la segunda guerra mundial se le certifica su “grandeza”, su “humanidad”, su “humor suavísimo, que exhala un aroma como a rosas” (Anwander), así como “la viveza cordial del lenguaje”, que todavía “dice cosas al hombre moderno que le tocan de cerca” (Kraft); o que las homilías de Juan “en parte se leen todavía hoy como sermones cristianos, caso seguramente único en toda la Antigüedad helénica”; mientras que Hümmeler, en tiempos de Hitler, no lo olvidemos, “nuestra agitada época”, le alaba su “elocuencia arrebatadora” y su “tremenda capacidad de sugestión sobre las almas”.214

Con extraordinaria insistencia vuelve Juan Crisóstomo sobre el tema de la eterna servidumbre de los judíos, y abunda, de acuerdo con Pablo o los profetas, en lo de los “castigos más graves” por la incredulidad de los judíos. Incluso cuando Pablo todavía busca razones para “presentar la cuestión bajo una luz más benigna”, Juan constata, satisfecho, que “no las encuentra, tal como están las cosas, e incluso lo que dijo de ellos sirve de acusación todavía más grave” y supone “una nueva condena contra los judíos”, “un golpe”. Y la maldición del profeta: “Oscurézcanse sus ojos de tal modo que no vean, y haz que sus espaldas estén cada vez más encorvadas hacia la tierra”, apenas merece comentario alguno para el santo, pues: “¿Cuándo ha sido tan fácil como ahora capturar a los judíos y hacerlos prisioneros? ¿Cuándo había encorvado tanto el Señor sus espaldas? Y lo que es más, que no habrá tampoco redención de estos males para ellos”.215

¿Cuándo ha sido tan fácil como ahora capturar a los judíos y hacerlos prisioneros? ¿No es eso invitar a la persecución, a la caza contra los judíos? Para Juan, “gran luminaria del orbe terrestre” (Teodoreto), los judíos son “como los animales, que no tienen uso de razón”, “llenos de embriaguez y de gula [...], de extrema perversidad, [...] no quieren doblar la cerviz al yugo de Cristo ni tirar del arado de la Doctrina [...], pero tales bestias, que no sirven para el trabajo, sólo son útiles para el matadero. Y así ha sucedido con ellos, que habiendo resultado inútiles para el trabajo se les ha destinado al matadero. Y por eso ha dicho Cristo: “pero en orden a aquellos enemigos míos, que no me han querido por rey, conducidlos acá, y quitadles la vida en mi presencia” (Le. 19,27)”.216

Con razón dice Franz Tinnefeid que resulta difícil no ver en estas palabras «la invitación al genocidio contra los judíos». Y considera «muy probable, aunque no demostrable» que hubiese una relación entre estos sermones odiosos y las actividades antijudías en la parte oriental del imperio. En sus sermones antisemitas, Juan, con metódica perfidia, pone siempre en boca del «Cristo» palabras que en su intención eran metafóricas, entresacándolas arbitrariamente de las parábolas, como en la de las diez minas, que acabamos de citar, donde no es Cristo quien habla sino el supuesto rey dirigiéndose a sus siervos.217

Es también característica la reiteración de Crisóstomo sobre los “vicios antiguos” de los judíos; en lo tocante a vicios actuales, poco tenía que enseñar a sus ovejas, ni habrían salido moralmente aventajadas en la comparación con los judíos. De los judíos del pasado sí podía decirse que vivían “en la impiedad y en el pecado, sin omitir los más graves [...], adoraron el becerro de oro [...] y profanaron el Templo”, que “degollaron profetas y derribaron altares”; en una palabra, que el judaísmo había “descendido a todo género de aberraciones [...] hasta la saciedad”.218

Y es que la realidad era bastante distinta, y no poca la influencia de los judíos en una ciudad como Antioquía, capital oriental del imperio, donde la comunidad judía era especialmente numerosa; se consultaba a sus médicos, se celebraban sus fiestas, se bailaba a pies descalzos con los judíos en el mercado, se respetaban sus ayunos, se juraba por los libros santos de la Sinagoga, se solicitaba la bendición al rabino, y quizá fue esto último lo que más molestó a Crisóstomo, que escribe: “Es extraño, pero aunque han cesado las abominaciones, el castigo se ha multiplicado y no cabe esperar que muden las cosas. No setenta años, no cien ni doscientos, sino trescientos y muchos más vienen durando sin que se atisbe ni una sombra de esperanza. Y eso que ahora no adoráis a los ídolos ni hacéis ninguna de las cosas que antes osabais. ¿Cómo se explica esto? [...] Os lo había anunciado el Profeta cuando dijo que vuestras espaldas estarían cada vez más encorvadas hacia la tierra”. Esto significaba, según el “boca de oro”, la “interminable prolongación de las penalidades” y la “miseria sin fin.”219

Los santos Jerónimo e Hilario de Poitíers, antisemitas

No es menor el odio antijudío que destila el cálamo (bastante venenoso por otra parte) de otro doctor de la Iglesia, Jerónimo, que por cierto tuvo bastante participación en el mísero final de Juan Crisóstomo a manos de su principal enemigo, a lo que contribuyó prestando “servicios de esbirro”, como ha escrito Grützmacher.

El antijudaísmo de Jerónimo se halla sobre todo en sus exégesis bíblicas, y principalmente en el comentario al libro del profeta Isaías; la obra es de tono agudamente polémico y abunda en sarcasmos contra las esperanzas de futura grandeza terrenal de los judíos (y de paso contra los cristianos quiliastas, a los que tiene por “medio judíos” y “los más miserables de entre los humanos”), que esperaban el milenio de Cristo en la tierra y el reinado de la justicia y la felicidad en este mundo, por más que tal creencia estuviese entonces muy difundida en la cristiandad antigua y la hubiesen compartido, entre otros, Ireneo, Tertuliano, Victorino de Poetavium y Lactancio.

Una vez más, los judíos no supieron leer sus propios libros sagrados, según Jerónimo, que se burla de ellos, los ridiculiza y desprecia por considerar mentirosa toda su escatología. No anda corto en elocuentes elogios al triunfo de la cristiandad sobre los judíos, si bien éstos aún podían maldecir a los cristianos, bajo el nombre de nazarenos, tres veces al día, en sus sinagogas. Fustiga su altanería y en particular su avaricia, y tan grande es su aborrecimiento que ni siquiera quiere conceder la conversión de Israel al final de los tiempos, en la que incluso Pablo había creído.220

Jerónimo no quiere desaprovechar ocasión, ni en su correspondencia con Agustín, también adversario decidido de los judíos, para manifestar su aversión llamándolos “ignorantes” y “malvados”, además de “blasfemos contra Dios”.

Agustín es aleccionado en los términos siguientes: “Ante Jesucristo nada vale la circuncisión ni el prepucio...”, o cuando se afirma: “Los usos y las costumbres de los judíos son la perdición y la muerte para los cristianos; cristiano judío o de origen pagano, el que los guarda reo es del demonio”. ¿Acaso no se trata aquí de asuntos “de las sinagogas de Satanás”?221

En Occidente, san Hilario de Poitiers, vástago de noble familia gala (hacia 315-367), “combatiente del más inflamado amor a Cristo y de la más apasionada fe en Cristo” (Antweiler), se niega a comer en la misma mesa que un judío, le niega incluso el saludo. Y aquel rico perverso de la Biblia, aquel famoso tirano y traidor cuya ruina profetiza el salmo 52, según Hilario no es otro sino el pueblo judío, que poseído por Satanás sólo puede hacer las obras del mal. “No son hijos de Abraham ni hijos de Dios, sino de la estirpe de la serpiente, y siervos del diablo [...], hijos de una voluntad satánica.” Y atendido que no existe para ellos la posibilidad de justificación, “es necesario tacharlos del libro de la vida”. Únicamente los arríanos serían enemigos más grandes de Cristo, según Hilario, “Atanasio de Occidente” como le llaman, en lo que aciertan por más motivos de los que se suele pensar, cuyos méritos fueron todavía más grandes como “azote de herejes” y le valieron, en 1851, el título de doctor de la Iglesia, el más alto honor para un creyente de la fe católica, como se sabe, y que sólo dos de los papas han merecido.222

Del antijudaísmo de otros grandes patriarcas occidentales, como Ambrosio y Agustín, tendremos ocasión de tratar más adelante.

Sobre la inquina antijudía del cristianismo primitivo apenas hay lugar para la exageración. En 1940, en plena época hitleriana, Cari Schneider confiesa que “pocas veces en la historia se encuentra un antisemitismo tan decidido y tan intransigente [...] como el de aquellos primeros cristianos”. Ello fue obra, sobretodo, del clero, al que escuchaba el pueblo (y pronto sería escuchado por otros) mucho más que ahora, y cuyos sermones encontraban un ambiente bien distinto de la indiferencia soñolienta de nuestros días.223

Ya Pablo de Samosata, gran vividor y desde el año 260 obispo de Antioquía, censuraba a los que guardaban silencio durante los sermones. Era cuestión de aplaudir como en el circo y el teatro, de hacer volar pañuelos; los gritos, las pataletas, el ponerse en pie de un salto eran gestos habituales. En las catedrales resonaban las interpelaciones: ¡Campeón de la fe! ¡Decimo tercer apóstol! ¡Anatema sea el que diga otra cosa!

En las actuaciones de Crisóstomo, sin ir más lejos, cuyas andanadas de odio aclamadas por el público eran registradas simultáneamente por varios taquígrafos, el público perdía la compostura hasta el punto de que el mismo orador se veía en la obligación de reclamar orden diciendo que la casa de Dios no era un teatro, ni el predicador un histrión. Sin embargo, a los demagogos eclesiásticos de la época no dejaban de agradarles los aplausos, mendigados por algunos, como el obispo Pablo, con latiguillos, o agradecidos por otros, como el monje Esquió de Jerusalén, adulando a los oyentes. Tampoco Agustín era insensible a los aplausos, de los que según decía sólo le molestaban los de los pecadores.224

Embustes antijudíos de la Iglesia y su influencia sobre el derecho laico

En nuestro estudio hemos recopilado los disparates antijudíos de la Iglesia antigua. Aunque los hemos citado en extracto, vale la pena reproducir aquí por extenso un pasaje importante: “Los judíos no son el pueblo de Dios, sino que descienden de unos egipcios leprosos; el Señor los odia y ellos odian a Dios. No han entendido el Antiguo Testamento, sino que lo han falsificado, y únicamente los cristianos conseguirán restablecerlo. Los judíos no quieren espiritualidad, ni cultura, son el paradigma del mal, hijos de Satanás, son indecentes, asedian a todas las mujeres, son hipócritas, embusteros, y odian y desprecian a todos los no judíos. Los cristianos suelen complacerse en señalar la dureza de los juicios formulados por los profetas contra los mismos judíos”.

Y continuamos: “Los judíos fueron los que crucificaron a Cristo; los Evangelios disculpan al gobernador romano y acusan a los judíos; no fueron los soldados romanos, sino los judíos quienes atormentaron a Jesús y se mofaron de él; en el Calvario, los paganos se convierten mientras que los judíos continúan con sus burlas. Tal como mataron a Dios, les gustaría matar a todos los cristianos, porque en todo tiempo los judíos siguen siendo fieles a sí mismos”. Los que así escribían no eran fanáticos, sino gente instruida y distinguida, como Clemente de Alejandría, Orígenes y Crisóstomo, entre los menos radicales. “[...] No puede existir un compromiso entre judíos y cristianos, aunque aquéllos pueden prestar a éstos servicios de esclavos.”225

Según la composición de lugar de los doctores de la Iglesia primitiva, la influencia de cuyos tratados antijudíos abarcó toda la Edad Media y llegó incluso hasta la moderna, los judíos debían vivir dispersos por siempre jamás, errar por el mundo como apatridas, ser esclavos de los demás pueblos. Que nunca vuelvan a construir su Templo en Jerusalén, exige el doctor de la Iglesia Jerónimo; que nunca vuelvan a ser un solo pueblo en un solo país, reclama el doctor de la Iglesia Crisóstomo; pero que no desaparezcan del todo, pide Agustín, porque así servirán de testimonio vivo de la “verdad” del cristianismo. Al contrario, la imprecación del pueblo deicida, “caiga su sangre sobre nosotros y sobre los hijos de nuestros hijos”, debe cumplirse en ellos hasta el fin de los tiempos.226

Desde comienzos del siglo IV, el antijudaísmo de los primeros cristianos, hasta entonces sólo literario, empieza a tomar cuerpo en los cánones eclesiásticos. Como ha señalado Poliakov, “para los cristianos, el pueblo judío es criminal convicto”.227

El alto clero empezó a destruir sistemáticamente las relaciones entre cristianos y judíos, que hasta entonces habían sido buenas por lo general, con el propósito de llegar a impedir todo contacto social. El pueblo cristiano, como ha señalado el católico Kühner, “fue inducido y azuzado por sus líderes eclesiásticos”. En 306, el Sínodo de Elvira prohíbe bajo penas severísimas sentarse a la mesa con judíos, permitirles la asistencia a la bendición de los campos, los matrimonios mixtos entre ellos y los cristianos, e incluso amenaza con la excomunión el simple trato personal.

El Sínodo de Antioquía prohibió en 341 la celebración común de la Pascua; los clérigos que infringieran la prohibición serían expulsados y desterrados. A menudo bastó la visita a una sinagoga para merecer la suspensión. Los decretos sinodales antijudíos se hicieron cada vez más abundantes.228

La influencia de las leyes eclesiásticas hizo que el derecho laico empezase a recoger también numerosas disposiciones de marcada tendencia antisemita.

La religión judía, hasta entonces permitida, se vio cada vez más perseguida y reprimida. En los decretos imperiales se alude a ella llamándola “secta infame”, “secta nefaria, judaica perversitas, nefanda superstitia”; los cultos fueron censurados y el proselitismo, absolutamente prohibido. Es verdad que, a veces, algunos príncipes de los paganos habían promulgado leyes antijudías; pero los emperadores cristianos las renovaron drásticamente. En 315, Constantino hizo de la conversión al judaísmo un crimen capital; tanto el judío proselitista como el cristiano converso eran reos de muerte.

De manera similar perseguía el Estado cristiano los matrimonios entre judíos y cristianos: a partir de 339, al contrayente judío, a ambos desde 388 en adelante. Los hijos de Constantino promulgaron la confiscación de bienes de los cristianos que judaizaran, y castigaron con pena de muerte el casamiento de judío con cristiana, así como la circuncisión de los esclavos. Poco a poco, los judíos se vieron privados de los derechos comunes; se les limitó la capacidad para testar, se les expulsó de numerosas profesiones, de los cargos palatinos, de la abogacía (es decir militia palatina y fogata), del ejército, disposición esta última que continuó en vigor hasta el siglo XIX y fue restablecida por Hitler.

En 438, fueron excluidos por decreto de todos los cargos públicos; sólo podían acceder al decurionato, es decir, a cargos municipales y aun éstos porque eran onerosos y muchas veces había que obligarles, “pues no pretendemos hacer merced a esos individuos abominables, sino condenarlos” (Teodosio II). Infracciones banales eran penadas con la confiscación de bienes o con la muerte.229

De acuerdo con un estudio sistemático reciente, a partir del siglo IV las medidas jurídicas tomadas por los emperadores cristianos incluyen: castigos arbitrarios, prohibición de la trata de esclavos, expropiación de determinados esclavos, multas, trabas legales para poder testar o contraer matrimonio, confiscación de bienes y pena de muerte, esta última ya desde los tiempos de Constantino I, Constantino II y Teodosio I. Según el Códex Theodosiano, los judíos son gente de vida equívoca y de creencias equivocadas, desvergonzados, inmorales, repugnantes y sucios; sus opiniones son contagiosas como la peste. “Este vocabulario de la difamación personal penetra en la legislación romana después de Constantino, como demuestra la comparación con el material conservado de los tres primeros siglos de nuestra era” (Langenfeid).230

A finales del siglo IV y principios del V los emperadores se muestran más tolerantes con los judíos, a ratos, pero suelen ser demasiado débiles para reprimir con eficacia los asaltos a las sinagogas, los incendios y las usurpaciones a que se entregan cada vez más los cristianos. En esta persecución de creciente violencia no dejarían de intervenir los móviles económicos, y hasta cierto punto el racismo, pero el motivo principal era el religioso. En toda la Antigüedad y durante la Alta Edad Media, las legislaciones antijudías se justifican siempre por razones de religión. Escribe Harnack que, según el parecer unánime de los autores cristianos del período patrístico, “Israel había sido desde siempre la Iglesia diabólica”.231

Notes

195 Ign. ad Philad. 6,1 s; ad Magn. 8,1 s. Sobre Ignacio, Euseb. h.e. 3,22,1 ss; Hierón vir. ill. 16. A. Anwander LThK 1 ed. V 359. Winterswyl 5ss. Desde J.B. Cotelier (1672) se cuenta entre los “Patres aevi apostolici” a Bernabé, Clemente de Roma, Ignacio, Policarpo, Hermas; más adelante añadieron a Papías y al autor de la epístola a Diogneto. Cf. Altaner 72 s. Meinhold, Kirchengeschichte 32ss.
196 Schoeps, Aus irühchristiicher Zeit, cap. 1: Die jüdischen Prophetenmorde 126ss. 
197 Bern. 4,6ss; 9,4; 10,1 ss; 13,1 ss; 14,1 ss; 15,1 ss; 16,1 ss. Cf. también 4,6 ss; 5,1ss. LThK 1 ed. I 979, III 301. Lexikon der alten Weit 225. ALtaner 37ss. Cf. también la polémica de los Dídacos “contra los hipócritas” Did. 8,1 ss. Cf. Knopf, Das nachapostolische Zeitalter 242 s. Kiostermann 55 ss. Frank, “Adversus Judaeos” 31 s. Meinhold, Historiographie 38ss.
198 Just. 1 apol. 31; 47; 49 (cf. Tert. apol. 1,114). Just. Trif. 12 ss; 16 s; 26 s; 30; 32;34;39; 41;46s; 64;93;95;108;118;120;123;130; 132 s;136. Tat.or. 18. Cf. Eu- seb. h.e. 4,16,1; 4,16,7. J. Hoh LThK 1 ed. V 728 s, 2 ed. V 1225 s. Kühner, Gezeitender Krichel Ol
199 Melito, de Pascha 87 ss. Quasten LThK 1 ed. VII 69. Cf. también Kraft, Kirchenváter-Lexikon 374 s. Frank, “Adversus Judaeos” 35 s.
200 Cypr. or. Dom 10. Testim. ad Quirin. Tert. pud. 48. Adv. Jud. 1 y 3. Apol. 21. Scorp. 10,10; Praesc. haer. 8. Orig. c. Cels. 2,5; 2,8; 4,22 s; 7,8. Hippol. Demonstr. c. Judaeos (fragmento). Ad Diognet. 3 s. Otros escritos antijudíos de los primeros padres de la Iglesia: Ps.-Cypr. Adversus Judaeos; De Montibus Sina et Sidon; De Iudaica incredulitate. De pascha computus. Comodiano, Instructiones; Carmen Apologeticum. Novaciano, De cibis Iudaicis y otros muchos. Cf. las referencias bibliográficas siguientes, en parte relativas también a la nota anterior: Blumenkranz II ss y también Altaner 142 ss. Kraft, Kirchenváter-Lexikon 170, 279 s. Ehrhard, Urkirche 235. Hümmeler 242. Browe, Judenmission 96. C. Schneider, Frühchristentum 13,16. Parkes, The Conflict 121 ss, 148 ss. Kühner, Antisemitismus 26 s. J. Meier 133 ss.
201 Kraft, Kirchenváter-Lexikon 281. Harnack, Mission (1924) 174ss. Oepkee 282ss. Frank, “Adversus Judaeos” 32.
202 Kraft ibíd. 248 s. Pinay 709 s.
203 Athan. c. Arian. 2,15; 2,17; 2, 442; 3,28. Lippl, Athanasius der Grosse BKV 1913 V, XIX.
204 Euseb. h.e. 2,6,3 ss; 3,5,2ss; 3,6,28; 3,7,7ss. No sin algo de ironía escribe Grant: “Aunque él (Tito) no tenía ninguna intención de hacer un favor a los cristianos con la destrucción de Jerusalén, tal hecho ha entrado en la tradición cristiana como el castigo merecido por los judíos en tanto que pueblo deicida” (Roms Caesaren 278).
205 Euseb. h.e. 2,19,1; 2,26,2; 3,5,4; 3,7,2; 4,1,2 ss. kraft, Kirchenváter-Lexikon 199. LThK 1 ed. III 857.
206 Ephr. hymn. c. haer. 26,10; Hymn. de fide 12,9. RAC V 537 s. LThK 2 ed, III 926. Uglemann 127. Schiwietz III 94ss, 431. Donin, LebenI 439s. Hümmeler303. Harnack, Mission 174, nota 3. Schneider, Frühchristentum 1
207 Ephr. hymn. c. haer. 56,8; Hymn. de fíde 1,48. LThK 1 ed. III 715 s, 2 ed. III 926. Hümmeler 303.
208 Ephr. hymn. de fide 1,50 ss. Theodor. h.e. 2,31. Altaner 299.
209 E. Beck en LThK 2 ed. III 926; mientras que en el tomo “Reformer der Kirche” (!) editado con licencia eclesiástica en 1970 por P. Mann dice literalmente en 159 s que “ya en vida Efrén gozó de un alto prestigio, que sigue manteniendo hasta hoy en toda la cristiandad. Vivió como un santo, como un asceta. [...] Se comportó con valor durante las adversidades de la guerra. [...] Efrén es la figura más importante de la literatura siríaca”.
210 Anastas. sin., Hodegos, 7. Altaner 278. Ritter, Charisma 171.
211 Juan Crisóstomo, Hom post terrae motum. Rauschen, Jahrbücher 251s, 278s. 496ss.Baur 1169.
212 Chrysost. advers. Jud. 6,2. Comentario sobre la epístola a los romanos, 8 Hom. 1. 1er comentario a S. Mateo, 10. Hom. 2 y otras. Hümmeler 56. Ritter, Charisma 110 s. cf. también la entusiástica cita de Norman en Anwander 57. 
213 Chrysost. Hom. adv. Jud. 1,1 s; 1,3 ss; 4,1; 5,4; 6,2 s. Hom. in Ps. 8,2 ss. Comentario a S. Mat. 16, Hom. Bauer en LThK 1 ed. II 953. J. y A. Theiner I 112. Campenhausen, Griechische Kirchenváter 141 s, 152. Hruby, Juden 45 s, 69 s. Widmann 66. Kühner, Antisemitismus 35 ss. Schamoni 80 ss. Ritter, Charisma 200. Incluso Baur opina en I 275 que algunas de las manifestaciones de Crisóstomo que le valieron “entusiásticos aplausos de los cristianos” hoy probablemente “sólo servirían para llevarle ante el fiscal”.
214 Anwander 57. Kraft, Kirchenváter-Lexikon 299. Baur I 270. Hümmeler 56 y prólogo. V. Campenhausen, Griechische Kirchenváter 152. Todavía en 1970 la antología “Reformer der Kirche”, publicada con imprimátur eclesiástico por P. Mann, elogiaba a Juan Crisóstomo en los términos siguientes: “De entre todos los padres de la Iglesia, sus sermones son los que menos actualidad, vigor y frescura han perdido con el paso del tiempo"(224) pero no dedica ni una sola palabra al antijudaísmo del santo.(215)
216 [¿]
217 Tinnnefeid ibíd.
218 Juan Crisóstomo, Comentario sobre la epístola a los romanos, 20 Hom. 1ss.
219 Ibíd. Cf. también Frank, “Adversus Judaios” 39 s. Rauschen 252. El doctor de la Iglesia manifiesta reiteradamente y con énfasis que el judío es más culpable y reprobable que el pagano, “porque al haber recibido el don de la Ley su culpa se agrava [...] haciendo más merecido el castigo”; “cuanto mayores las muestras de benevolencia recibidas, mayor será el castigo”, y que también las argumentaciones del apóstol Pablo, cuya “admirable inteligencia” elogia Juan, van en el sentido de que “el pagano está por encima del judío”, cf. Coment. epístola romanos 6 Hom. 4 s.
220 Jerónimo, Comentario a Isaías 1,10; 3,1; 3,3; 3,17; 5,18; 5,24; 60,1; 62,10 ss. Comentario a Zefanías 3,19. Kraft, Kirchenváter-Lexikon 504 s. Grützmacher II 123 s, III 109s.l82ss.203s.
221 Hyeron.ep.l05.13ss.
222 Venant. Fortunat. Vita Hil. 6. Hilar. Super Psalmos 53; 68,23. MG Auct.ant 4,2,2. De trinit. 7,23. Anwander LThK 1 ed. V 25 ss. Antweiler BKV 1935, 32. Parkes, Antisemitismus 96. V. Campenhausen, Lateinische Kirchenváter 78. Seifer 74. Kühner, Antisemitismus 37 s. Hruby, Juden 40 s. Held 128.
223 C. Schneider, Frühchristentum 6.
224 Euseb. h.e. 7,30,14. Zellinger 404,407,413 s. V. Campenhausen, Griechische Kirchenváter 141. Deschner, Das Kreuz 182
228 yn. Elv. c. 16; 49 s; 78. Syn. Antioch. c. 1. Para la época subsiguiente cf. también Syn. Laodic. c. 10; 29; 31. Con. Chalced. (451) c. 12. Syn. Agde (506) c. 40. Syn. Epaon (517) c. 15. Syn. Orieans (538) c. 13. Syn. Macón (584) c. 15. Syn. Narbonne (589) c. 9y otros. Browe, Judengesetzgebung 122,136 ss. Kühner, Antisemitismus 28,32. Weigand 88 ss. Ritzer 134.
229 Cod. Theod. 16,7,6 s; 16,8,1; 16,8,3; 16,8,6 s; 16,8,16; 16,8,19; 16,8,24; 16,8,28; 16,9,2; 16,9,4. Nov. Theod. 3,6. Vita Const. 3,15 ss; 4,27. Constitutío Sirmondi 6. Hiernym. Comment. in Isaiam 2,3. Cf. Ivo de Chartres Decr. 13,108. RAC I 475, III 336. Schürer I 8. Browe, Judengesetzgebung 115, 121 ss. Parkes, Antisemitismus 99. Vogt, Kaiser Julián 26 ss. Eckert/Ehriich 24 s. Ehriich 8. Widmann 67. Kühner, Antisemitismus 32. A. Müller, Geschichte der Juden 9.
230 Noetlichs, Die gesetzgeberischen Massnahmen 196. Langenfeid 63 s.
231 Harnack, Mission I 75 s. Brower, Judengesetzgebung 116. Parkes, The Conflict 181 s, 189ss, resumen en 372 s.

Texto de Karlheinz Deschner (tradución de J.A. Bravo) in "Historia Criminal del  Cristianismo", Tomo I, "Coleccion Enigmas del Cristianismo", Ediciones Martinez Roca,Barcelona, España,1990. pp. 97-110. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.

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